
Juan M. Marqués Perales
Sánchez, con razón pero de modo temerario
Si eres, querida o querido votante desconocido, de quienes tienen claro, clarinete, el sentido de su voto para la próxima parranda electoral del 23-J, un trabajito menos que tienes estos días. Dedícate con calma al escapismo controlado del verano; si andas por aquí abajo, huye del calor horroroso que nos cuece como centollos, espera al 23 y deposita tu voto, en la urna que es, como nos dirán, originales, la fiesta de la democracia y bla, bla, bla.
Recuerdo, de cuando me dedicaba a esos menesteres, que los votantes claros eran, en su mayor parte, ideológicos, esos que, pasara lo que pasase, no traspasarían la frontera de uno a otro lado. Te confesaré que he sido uno de ellos. Durante muchísimo tiempo, me he situado en una franja del tablero y, bajo ningún concepto, atravesaba la línea que, teóricamente, me separaba del contrario. No dudo de que ahora ese tipo de votante sigue existiendo y, entonces, lo que se haga en campaña sirve de poco, porque, por las razones que sea (todas legítimas y generosas, ya que pocas cosas tienen más heroísmo hoy que la coherencia formal del votante ideológico, extremadamente cuestionada por el mediocre desempeño de los partidos a que vota), lo tiene decidido con antelación. Si estás en esa categoría, votante, lamento decirte que tu voto es importante, básicamente para ti y porque es tuyo, pero no es decisivo.
Hay en estas elecciones una novedad propia de los países maduros democráticamente, aunque pueda parecer una paradoja: se trata de los votantes ideológicos que, sin cambiar su ideología, cambiarán de voto. Y te preguntarás cómo. Pues mira, desconocido elector, apreciada votante: creo que es posible detectar en esta ocasión una bolsa importante de votantes que son objetiva y subjetivamente de derechas o de izquierdas, pero templados, en la franja central de la política, y permanecerán leales a sus ideas, en el convencimiento del modelo social que defiendan, pero votarán otra opción. Esto pasa porque las elecciones que nos tocan son plebiscitarias (las ha convocado Peter, el presidente), y cuando se plantean así son de bulto grueso, no de detalle fino. Los mensajes apelan a los unos o a los otros; al avance o al retroceso, como si cada parte no tuviera buenos y malos; llaman a la tripa, no a la cabeza; a la identificación primaria, intentando consagrar por ideología lo que es simple integrismo partidario. Comprendo que haya conservadores de toda la vida que excluyan a Feijóo por las tontunas con Vox y créeme que comprendo bien que socialdemócratas de siempre que para recuperar lo que fueron, y lo que esto fue, quieran mandar a Peter a las notas al pie del libro que cuente nuestra Historia.
Esto sí es concluyente, votante, porque esa fuga decide. Si estás ahí, no tengas vergüenza: tu voto es tuyo, de nadie más. Aunque se lo prestes, tienen que merecerlo. Y no has cambiado tú, lo han hecho ellos. Ya volverán si te quieren.
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