Ismael Yebra

Carmen Laffón, en tránsito

Sine die

Fue una mujer discreta que se dedicó a su vocación artística y no solía ser habitual de saraos y veladas

11 de noviembre 2021 - 01:52

Pocos son los que pueden gozar del reconocimiento en vida, y menos en esta tierra cainita en la que vivimos que no se caracteriza por alabar a los vivos de la misma forma que los pondera cuando pasan al otro mundo. Apenas unas letras de Romero Murube despacharon en la prensa sevillana la noticia de que había muerto Luis Cernuda. Muchos años después de su muerte, de la mano de Rogelio Reyes Cano e Isabel Cintas, se enteraron muchos de que había existido un periodista llamado Manuel Chaves Nogales que murió en el exilio y cuya obra es un modelo de profesionalidad e imparcialidad.

La muerte nos iguala siempre y otras veces ensalza, contribuye a construir el mito. Recuérdese la respuesta de Juan Belmonte al conocer la noticia de la cogida mortal de Joselito en Talavera de la Reina: ahora es cuando me ha ganado. Solo el tiempo es capaz de poner a cada uno en su sitio y, con frecuencia, bajar del pedestal a quien subió más por propaganda que por méritos propios.

Carmen Laffón no necesitó del tránsito al otro mundo para ser reconocida. Tampoco su valoración fue fruto de la propaganda o de una campaña publicitaria bien organizada. Fue una mujer discreta que se dedicó a su vocación artística y no solía ser habitual de saraos y veladas en los que muchos están más pendientes de salir en la foto que del tema que les reúne. Si como dijo Juan Ramón la mano escribe como la mente piensa, la pintura de Carmen Laffón, como ha escrito Antonio Burgos, es fruto de su delicadeza y su ternura. Gustará a unos más y a otros menos, es lógico, pero su personalidad es innegable y en ella está un mundo que, como diría Villalón, se divide entre Sevilla y Cádiz. Siempre fue fiel a su barrio de San Nicolás y a la sanluqueña playa de la Jara, su Macondo pictórico.

Fue una persona de apariencia tímida y callada que ya se adivinaba en las fotos de niña al lado de su padre el pediatra Manuel Laffón, por el que sin duda sentía una gran admiración. Carmen ya estaba en los libros de Historia del Arte de la segunda mitad del siglo XX, pero siguió trabajando hasta última hora con una idea perfeccionista que nunca abandonó. Ahora da paso al mito con la certeza de que su obra le sobrevivirá. En estos tiempos confusos en los que los caminos del arte son con frecuencia indecisos, la luz de la playa de la Jara seguirá iluminando la obra de quien la supo plasmar con gran sensibilidad.

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