Buenos síntomas

Unos cuantos diestros y unas cuantas ganaderías han dicho desde el ruedo que hay posibilidades de revivir la fiesta

Que las corridas de toros hayan perdurado tanto sorprendía incluso a sus más acérrimos partidarios. Un fenómeno social que arrastra tradiciones, valores, ritos y gustos tan arcaicos, necesita para subsistir que lo acoja una sensibilidad muy propicia. Capaz de superar escrúpulos modernos y dispuesta a contemplar, sin prejuicios, costumbres que cobraron sentido en tiempos ya lejanos. Y ese tipo de sensibilidad cada vez florece menos. Por eso, desde hace años, en la mentalidad de muchos aficionados se ha instalado una cierta resignación. Como si se sospechara que las corridas de toros van en irremediable decadencia. A veces, solo el llamativo ejemplo del toreo en el sur de Francia permite recuperar ilusiones y proporciona esperanza a esta visión fatalista. Pero, por fortuna, este negro cuadro de expectativas se ha iluminado, con inesperados destellos, la pasada feria sevillana. Tal vez se trate de un simple espejismo nostálgico, o un canto de cisne, pero ha regresado cierta confianza y los semblantes se han puesto otra vez alegres, en las tabernas, hablando de toros. No todo, pues, estaba perdido y ha sonado un aldabonazo en las conciencias durmientes. Unos cuantos diestros (varios) y unas cuantas ganaderías (buen síntoma) han dicho desde el ruedo que hay posibilidades de revivir la fiesta. Por tanto, es el momento, para aprovechar esta oleada de voluntarioso entusiasmo. ¿Pero cómo, mantenerlo vivo, tras tantos años de letargo? El peligro no lo había provocado la ofensiva animalista, ya que sus logros tienen techo limitado (como se ha visto en las recientes votaciones prohibicionistas en la Asamblea francesa). El peligro reside en el desdeñoso abandono de antiguos partidarios. Esos que culturalmente estaban dentro, pero, decepcionados, se han ausentado de los tendidos. Que vuelvan de nuevo para llenar las plazas sólo los días de feria está bien pero no es suficiente. Tampoco basta con que buenos diestros y ganaderos llenen de atractivos los carteles. Habría que aprovechar esta ola de optimismo para convertirla en impulso más movilizador. Y en ese amplio empeño deberían comprometerse todos los taurinos (es decir los que viven y se benefician del negocio de los toros) que, en toda esta crisis, se han limitado a lamentar la anunciada crónica final de la fiesta. Desde su entorno apenas ha salido una idea, reflexión o propuesta. Quizás ahora les ha llegado el momento de su verdad. Y si no tienen nada que decir, pueden cuando menos alentar plataformas que permitan escuchar y difundir las propuestas de los que no viven de los toros, pero sí quieren que perdure la fiesta.

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