Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Bruno Dey

Dey demuestra que la Historia no es uniforme ni previsible, ya que se nutre de historias particulares

En agosto de 1944 Bruno Dey tenía 17 años. En aquel tiempo, un joven de su edad lo suficientemente sano era capaz de asumir ciertas responsabilidades. Y la responsabilidad le llegó de manera cristalina, absoluta, sin sombra alguna de duda y sin letra pequeña: el Tercer Reich le ofreció trabajar como guarda en el campo de exterminio de Sutthof, cerca de Gdansk, en la Polonia ocupada. Y Bruno Dey aceptó. El trabajo no duró mucho: el joven se incorporó en el mismo mes de agosto de 1944 y salió del campo en abril de 1945, muy poco antes de la capitulación nazi. Pero su aceptación le convirtió en cómplice del asesinato de las 5.232 personas que perdieron la vida a manos de los verdugos nazis en aquel período. Habría sido interesante conocer entonces, durante aquellos meses, la opinión de Bruno Dey sobre su calidad de cómplice de un crimen semejante, expresada así, con la certeza que nos atañe tanto tiempo después. Lo más fácil, en su caso, habría sido argumentar que nadie murió por su intervención directa: eran otros los que mataban. Él sólo se aseguraba de que nadie se fugara. Es posible que Bruno Dey jamás hiciera daño a nadie. Ningún golpe, ningún grito. Dey era un joven sano en edad de trabajar que tomó una decisión.

El pasado jueves, la Audiencia de Hamburgo declaró culpable de un delito de complicidad en 5.232 asesinatos a Bruno Dey, quien, a sus 93 años, escuchó la sentencia mientras se cubría el rostro con una carpeta con tal de preservar su identidad en un gesto que parecía infantil, impropio de un hombre de su edad. La condena para Dey no fue muy severa: dos años de libertad vigilada, una sanción para menores dados los años que tenía cuando sucedieron los hechos. El guarda de Sutthof podrá salir a la calle, aunque sea seguido de cerca, lo que explica su recelo a mostrar su rostro en público. Nunca se sabe. Es difícil apelar a la responsabilidad de un joven de 17 años cuando ya ha cumplido 93, pero el caso de Bruno Dey demuestra que la Historia no es un relato uniforme ni previsible precisamente porque se nutre de historias particulares. Y en una existencia de 93 años caben muchas vidas. Muchos intentos de redención particular. Muchas maneras de imaginar el día en que le tocaría a Bruno Dey rendir cuentas a la justicia, tanto tiempo después.

Pidió perdón Dey "a todas aquellas personas que pasaron por ese infierno". Y casi da más miedo pensar que el Tercer Reich ya es Historia. Por más que otro joven de 17 años, en alguna parte, esté tomando ahora una decisión por la que tendrá que rendir cuentas dentro de mucho tiempo.

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