Brujas

Siempre en aras de la pureza, es propia de los inquisidores la predilección por las hogueras

De origen incierto, céltico a decir de algunos etimologistas, pero en todo caso prelatino, el término bruja y sus variantes en otras lenguas se asocian a una figura milenaria que puede rastrearse en numerosas culturas, con variantes que permiten identificarla como un arquetipo procedente de tiempos remotos. Lo ha hecho la autora pakistaní Shahrukh Husain, afincada en Londres desde hace décadas, en una antología de relatos, El libro de las brujas, donde recoge viejos mitos o reelaboraciones en forma de cuentos, tomados del folklore o debidos a autores que se inspiraron en el repertorio clásico o la tradición oral, historias de los cinco continentes en las que abundan los paralelismos y los motivos reiterados, abonando la idea que las vincula a una de las persistentes formulaciones del inconsciente colectivo. Desde la diosa sumeria del inframundo, precedente algo forzado del tipo que dará lugar a la constelación de las brujas, como más tarde la Hécate griega o la Lilith hebrea, las encarnaciones de la hechicera tienden a ser presentadas como seres malignos, sobre todo a partir de la era cristiana, pero hay también las magas sabias, adivinas o curanderas que ejercen de benefactoras, igualmente incómodas en tanto que la aspiración al conocimiento, de por sí sospechosa, suele ir de la mano de una sexualidad activa que cuando no se trata de hombres se estigmatiza como lujuria desaforada. La caracterización de las viejas horripilantes y su habitual impedimenta de escobas, calderos, ruecas y venenos, los mil detalles obscenos o escatológicos que acompañan al desempeño como infanticidas, caníbales y chupasangres, alcanza su máximo predicamento en la Edad Moderna, cuando las brujas, o las pobres mujeres que pasaban por tales, son literalmente demonizadas -acusadas de tener trato carnal con el Diablo- y perseguidas y ajusticiadas por decenas de miles, una caza en la que confluyen el fanatismo, la misoginia y la voluntad de erradicar el sustrato pagano. No sin motivos, aunque demasiado previsiblemente, nuestra época ha convertido a las brujas, reinterpretadas como precursoras de la mujer emancipada, en símbolos del feminismo, pero esta lectura, avanzada en parte por los románticos, no deja de ser reductora y tiene a veces el inconveniente, no insalvable para los sectores anti-ilustrados, de plantearse como una reivindicación ambigua, que condena las creencias irracionales desde una irracionalidad de signo inverso. Donde otros quemaban a las brujas, hay quienes querrían quemar a los clérigos, en sentido apenas figurado. Hoy como ayer, siempre en aras de la pureza, es propia de los inquisidores la predilección por las hogueras.

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