Berta Aparicio

Bizum y gambas

#sinfiltro

01 de marzo 2020 - 02:39

Me gusta pensar que soy joven. Pertenezco a esa generación que vivió en su adolescencia el nacimiento de los chats, de las páginas de internet en las que se conocía gente, tuve amigas que le dedicaron mucho al tema, yo nunca me integré en eso. Pese a nacer en esa década -que no destaparé- soy bastante torpona para la tecnología, no tengo intuición ni interés en esas cuestiones; jamás tuve ciber amigos, así que el miedo que intuyo me hubiera dado quedar con alguien a quien no conocía, solo es fruto de una prudencia que me han dado los años y no por experiencia de aquella adolescencia algo lejana.

Desde entonces el ritmo de la tecnología ha sido de vértigo. Y lo digo sincera y frustrada, con la sensación de que efectivamente he sido arrollada por ella. Cuando medio empecé a hacerme con la pantalla grande y ancha con todas las letras y símbolos de la BlackBerry, todo el mundo estaba ya con lo táctil, cuando tuve que aceptar lo táctil, medio mundo hablaba por el altavoz de un cable que colgaba y que tampoco ya existe. Digamos que intento resistirme a la realidad tecnológica, pero al final y como todos, acabo sucumbiendo y caigo en ello.

El otro día, y ante uno de esos terribles eventos que se configuran para mí, como ya saben, los cumples de los niños de la clase de mis hijas, se acordó por unanimidad, hacer -¿el verbo es hacer?- un bizum a la madre de la criatura. La madre no es amiga mía, ni tengo su teléfono, sino que pertenece a ese grupo de números desconocidos que dan vida a mis chats más activos y en los que me niego a integrarme. Allí se acordó ese ingreso. Era mi primera vez.

Mi destreza al teclear me llevó a equivocarme de número y le transferí 8 euros a un señor de Punta Umbría en lugar de al cumpleañero. Me costó reaccionar, pero si la aplicación del banco opera por un número de teléfono lo único que se me ocurrió fue escribirle un mensaje de texto, sms de los antiguos y disculparme, ya que por error le había transferido vía bizum menos de 10 euros. El señor me escribió el sms más educado y exquisito de los que he recibido desde que llegó el WhatsApp a nuestras vidas, me devolvió los 8 euros. Yo respondí con un simplón pulgar en alto. Y en la incomodidad que me generan estos nuevos códigos, aún sigo planteándome si lo suyo no hubiera sido llamarlo y quedar para darle las gracias con gamba blanca de por medio.

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