No tengo ni idea de estadísticas. De cómo se confeccionan, de qué parámetros se usan, de cuáles son los criterios que se tienen en cuenta, es más, ni siquiera soy buena para leerlas. Así que esto que ustedes se disponen a leer, en el mejor de los casos, será un artículo carente de toda ciencia, falto absoluto de rigurosidad, sin dato técnico alguno. Les advierto que mis conclusiones vienen alcanzadas por mis imprecisos y, seguro, inexactos sondeos, practicados todos ellos en conversaciones informales y charlas -aderezadas con vino- con la gente de mi entorno. Así que, figúrense.

Ahora que llega época de reencuentros, volvemos a coincidir con nuestro ramillete de perfiles y caracteres y ahí, en las cenas, comidas, de empresa, de antiguos alumnos, del fútbol o del ballet, retomamos el estudio sociológico de los sujetos que en una de esas, y en la vida en general, se desenvuelven desde la impetuosidad o se mantienen en la prudencia. Unos y otros coinciden, convivimos. E intuyo las envidiosas percepciones recíprocas de ambos grupos. Los impetuosos envidian a los comedidos, estos imprudentes miran y admiran la prudencia de los otros, y éstos reconocen la pasión y la fogosidad de los primeros. Esos que se mueven por inercia en el ámbito de la espontaneidad, son sin duda mucho más tendentes a meter la pata, a equivocarse en uno de sus exabruptos, con poco nivel de contención. Los serenos, cómodos en la objetividad, cuentan con el don de mantenerse en la neutralidad, tienen las riendas del tono. El riesgo de pronunciarse, de mojarse, de errar, los mantiene en la moderación y la virtud se configura en permanecer intachables. Ni asomarse a la impertinencia.

No tengo claro si es de reconocer como mérito unas y otras actitudes, si son cualidades innatas, sin son educativas o culturales, si son moldeables o inevitablemente al final afloran. En cualquier caso, la convivencia de ambas categorías debería ser flujo de aprendizaje mutuo. Para los tendentes a cagarla, deberían, deberíamos, aprender de la moderación, de esa capacidad de los analíticos y observadores, que tanto admiramos. Y aquellos, los del sosiego, permitirse arriesgar y salir del confort de la ponderación, tomando prestado algo de impulsividad, unas dosis de irreflexión y … probar.

Sea como fuere, convivamos. Brindemos y disfrutemos. Celebremos la diversidad y, a lo sumo, establezcamos propósitos para lo que viene. Sintámonos cómodos con lo que hacemos, con cómo lo hacemos e intentemos coger prestado del otro grupo lo que nos convenza para hacerlo mejor. Ya saben, en el término medio está la virtud.

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