Cada cual que ponga lo que guste. Intentando no trastabillar el compás. Pero a bailar. Lo que sea. He recordado mucho estos últimos días a mi añorado Pepe Serrano, aquel tipo de la voz radiofónica maravillosa y del acierto permanente en el consejo y de la generosidad profesional desparramada en cada paso. ¡Baila, Ricardo, baila!, me decía hace ya muchos años. Y a eso me puse, a bailar. Sin saber muy bien, y sin importarme, dónde acabaría el baile que empezaba. Este ritmo de articulillos semanales, donde cuento lo que quiero sin que nadie nunca me haya puesto ni freno ni gas (gracias, directores), ya llevaba algún tiempo dando guerra. Pero la invitación de Pepe (no para escribir, sino para vivir) también contagió las letras. Con esta que termina, quince van. Quince temporadas de trocitos de vida en la esquina de un papel, pliego de periódico, enlace de web. Y amenazan continuar.

Llevo probando a hacerle caso a Pepe incluso desde antes de que me lo dijera. Si algo soy, es vividor. No me preocupa que se pueda entender malamente, porque alguien, seguro, encontraría motivos serios para afirmarlo (y a duras penas me he ganado yo el perdón mío como para inquietarme en exceso por el juicio ajeno), pero lo que reconozco es que quien vive es, básicamente, un vividor. Y yo insisto. Vivo. A reventar. Y, desde Pepe, además bailo.

El baile de la vida esta que me he puesto es a veces tan frenético que ni siquiera sé si estoy bailando o solo apresurado porque toca. En raras ocasiones me toma lentito, para qué negarlo; de normal, mantengo el ritmo sin desesperarme por los errores, porque, total, lo bueno del baile es que se puede seguir sin darles importancia cuando no te presentas a un concurso de popularidad; y, sí, también de cuando en cuando se corta la música de repente y, aunque no apetezca, en ese oscuro silencio (pero pasajero también, lo sé), conecto la radio de mi cabeza y ando rápido al ritmillo de mi tarareo mientras busco otra sala que siga la fiesta.

Ahora que termino, noto que éste ha sido tremendo. He paseado a mi madre, he visto crecer a mis nenes, hombre y mujeres de una pieza que ya despuntan, he bailado contigo sin parar (¡lo raro sería descansar!) y, además, he descubierto uno nuevo, entre argumentos y falacias, que mueve mis cadencias cancheras con retazos de academia, poniendo diapasón en mi práctica y pasión en mi teoría. Apretando y aflojando, dispuesto a domar leones.

Y ahora me voy, con la música a otra parte, cansado pero tranquilo, razonablemente satisfecho. Y listo y deseando, sea cual sea la parte, de calles de oro y ópera o atlántica de calma y fado (que cantar es bailar con la garganta), a bailármelo todo con vosotros, fantásticos, y contigo: pies de charol o descalzos, pero contigo, donde sea. Después, vuelvo en un rato. Y, entonces, ya lo saben, si se quiere, nos leemos. Y seguimos bailando.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios