El habitante
Ricardo Vera
Suresnes
Gafas de cerca
El adviento es el primer periodo del año litúrgico cristiano y, en puridad, se trata de los días de preparación espiritual para la celebración de la Navidad, o sea, la conmemoración del nacimiento de Cristo. En teoría, ya decimos, porque la realidad es que para muchos de nosotros, quizá la mayoría, y la menos silenciosa, venían siendo días de preparación y ejecución de fiestas privadas y públicas, para consumir y regalar, para engordar y vivir pequeñas bacanales con la excusa de tales fechas, que para los más descreídos nada tienen que ver en la práctica con recogimiento ni creencia alguna: así son las cosas, y nadie es nadie para juzgar lo que hace nadie con su tiempo libre en las épocas de solaz y festejo oficiales del invierno. Hasta este año y sus días raros, de pandemia que viene y va de la mano de las muertes de muchos y de la esperanza de una vacuna redentora, lo habitual venía siendo una creciente secuencia de almuerzos y cenas de amigos y menos amigos, de compañeros de trabajo, de peña, de pandillas de matrimonios, y por supuesto de familias: las familias son la parte más espiritual de todo este tinglado, pagano que te mueres, y la parte más tierna y cercana al amor entre las personas y la añoranza de quienes no están ya por aquí. Allá cada cual, allá cuidado; que cada palo se aguante su vela y arree su zambomba como Dios -es un decir- le dé a entender. Vade retro, pepitogrillos. Pero no nos engañemos, no pongamos nuestras triviales manos sobre la Navidad.
El jueves, el prudente, improbable y exitoso presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, anunció, entre otras medidas, que no podrá haber fiestuqui etílico -tampoco nos engañemos- en la calle entre las seis y las ocho de la tarde. Sencillamente razonable, si de lo que se trata es de evitar contagios por coronavirus. Las empresas del sector se han puesto en pie, y hasta en pie de guerra, aunque cabe poner en duda si las empresas del sector son sus representantes y voceros oficiales. En nuestras ciudades, el turismo propició una oferta hostelera que ahora es holgura y dolor económico, como sucede en muchos otros sectores, menos notorios, y esperaban que la mano de la autoridad competente se abriera y permitiera hacer caja como antaño -hace no más un año-, y así pagar sus obligaciones y sus sueldos, mejores o peores. No ha sido así, y sólo cabe considerar sensato el corte -de rollo, pues sí- de esas dos horas críticas... y nutritivas para establecimientos y, también, para el virus, ratos en los que las mascarillas cotizan a la baja y el contagio que no cesa, al alza.
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