
La esquina
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Dos noticias relacionadas con nuestra infancia vienen a remover el agua cálida e inmóvil del verano: la muerte de Sandy, esto es, de Olivia Newton-John, y el internamiento de Pancho, el moreno de Verano Azul, cuya salud mental se habría debilitado últimamente. Por desgracia, la primera noticia ha resultado cierta, mientras que la segunda, según ha declarado Maribel Verdú, es un mero rumor sin fundamento alguno. Lo cierto, en cualquier caso, es que nuestros ídolos infantiles, nuestros amores de la primera edad, comparecen ante nosotros, ya sea como fantasmas ateridos (la belleza adamascada y cursi de Sandy, luego transfigurada por el cuero), ya como hombres deslumbrados e inmersos en su propia tiniebla.
Por fortuna, repito, parece que el actor José Luis Fernández se encuentra en perfecto estado, lo cual no quita para que recordemos, por un instante, aquella libertad que prometieron sus personajes. Bien fuera la libertad veraniega, solar, en bicicleta, de los chicos de Verano Azul, bien la libertad apicarada y celérica de los bachilleres norteamericanos, que mascaban chicle y hacían carreras en canalizaciones sin agua. Mucho más tarde comprendimos el ideario melancólico y hortera que dormía en Greasse, y que no era sino una prefiguración de nuestras vidas (la apoteosis automovilística del final aún sigue siendo de una desoladora tristeza, una tristeza que solo el circo y las atracciones de feria pueden ofrecer). Mucho más tarde comprendimos que el verano de Verano Azul era ya nuestro último verano, y que la promesa del amor, la serenidad del crepúsculo, el dulce engaño de la noche, aún sin descubrir, a la vuelta se iban a mezclar con la tediosa contaduría de la muerte. En este sentido, Pancho era como cualquiera de nosotros, enamorado y libre, rico solo en generosidad y audacia, mientras durase el estío. En tanto que Sandy, su rubia timidez, su brillo adolescente, iba a rendirse sobre unas sandalias imposibles, bajo un cardado antiecológico, camino de un adosado en las afueras.
Luego resultó que Olivia Newton-John era muy mayor, incluso para universitaria. Y que Pancho/José Luis se vaporizó cantando alguna canción veraniega. Bien sabemos, sin embargo, que si estos sucesos nos conmueven, mucho más allá de lo obvio, es porque nos traen noticia muy lejana del hombre que fuimos. Y no solo de aquel que fuimos, entre la dicha y el sopor prepúber. Sino de quienes fueron nuestra vida durante mucho tiempo y hoy son, ejército benévolo, un trozo de la nada.
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