Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfort
No recuerdo ningún ejemplo de un poder intolerante con aquellos que piensan distinto que se dejara convencer con palabras o razones, ni siquiera con prebendas, privilegios o múltiples inversiones. La Historia nos muestra que esos poderes sólo entienden el mismo lenguaje que ellos están dispuestos a usar, sea la coacción, la discriminación y más allá, la fuerza y la violencia. Contemplo las imágenes de multitudes agolpadas en los accesos del aeropuerto de Kabul y vuelven a mi memoria otras muchas similares que ya nos parecen hábito y costumbre del mundo asimétrico en el que vivimos. Aquí siempre estamos en el mismo lado del muro, de la valla, del alambre espino y de los fusiles que apuntan a los otros. Lo más terrible de Kabul es que los afganos (hombres, mujeres, niños y niñas) contemplan los fusiles a los dos lados de la valla; los unos, con la certeza de que se usarán con todo aquel que sea considerado traidor y colaborador o no admita su régimen extremo; y los otros serán usados, no para defenderlos a ellos, sólo para defendernos a nosotros mismos, a los que estamos siempre en el lado amable del muro. Si es que lo hubiera.
No vamos a usar los fusiles para defender a los afganos, sólo los usamos para defendernos de nosotros mismos. Hemos usado -uso un plural casi falso- las mejores armas y tecnologías para acabar siendo derrotados por guerrillas medievales. ¿Tenemos que creer eso? Nos dicen en Europa que hemos perdido la guerra y hay que negociar. Nos dicen los americanos que están hartos de poner el cascabel al gato y que no quieren que sus hijos vayan a otra guerra. Europa siempre perdió todas sus guerras pues siempre tuvo un derrotado en sus campos y desde la Segunda Guerra Mundial hubo de esperar la ayuda que llegaba del otro lado del Atlántico. Puede que los americanos estén cansados de poner la sangre o puede que piensen que su guerra sin sangre se entabla ya contra China o contra los ciberataques manejados por Putin. ¿Hemos de creerles?
Remiro las imágenes en color de caras agotadas y niños gritando y mi memoria me lleva a las imágenes en blanco y negro de los andenes de los trenes de la muerte en que un pueblo era llevado a cámaras de gas. Pocos años antes las débiles democracias europeas fueron cediendo a todo lo que pedía una ideología supremacista. Se decía por entonces, tras cada cobarde cesión, que se había salvado la paz. Y se lo creían. Vale.
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