La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Ahora le toca a Bond, James Bond

En España fuimos unos adelantados: para 'sensitive readers' (y 'sensitive wievers'), Franco y sus censores

No es cosa de caer en un bucle ofendidito haciéndonos los ofendiditos por las censuras y manipulaciones que otros ofendiditos de signo opuesto hacen. Pero resulta que, tras la bronca sobre las fechorías que querían perpetrar con las obras de Roald Dahl, que afortunadamente ha hecho retroceder a la editorial, se anuncia que para conmemorar el 70 aniversario del nacimiento literario de James Bond -la primera novela, Casino Royale, se publicó el 13 de abril 1953- se editarán las novelas suprimiendo las expresiones racistas, lo que ha alarmado a los espíritus sensibles y concienciados que las conocen. Un diario español, haciéndose eco de esta preocupación de las nuevas hermanas puritanas de Historia de la frivolidad por tan pocos cortes, ha titulado: Eliminan las expresiones racistas en los libros de James Bond, pero mantienen las machistas y homófobas. El problema es que las novelas de Bond están tan plagadas de expresiones políticamente incorrectas que si las quitaran todas las dejarían en unas pocas páginas. Pertenecen a una literatura popular próxima al universo pulp que representaban muy bien las portadas de las primeras traducciones españolas, que afortunadamente conservo, de Ediciones Albón. Para solucionarlo en las nuevas ediciones imposibles de limpiarse se incluirá esta advertencia: "Este libro fue escrito en un momento en que los términos y actitudes que los lectores modernos podrían considerar ofensivos eran comunes".

En España fuimos unos adelantados: el franquismo tenía sus sensitive readers -que hoy son los encargados de leer las obras para sugerir sus purgas- que se llamaban censores. Y también la tomaron con Bond manipulando las novelas (todas las ediciones posteriores conservan esas manipulaciones), amañando los carteles en los que los biquinis se convertían en bañadores de una pieza o trajes, cortando las películas y prohibiéndolas a los menores de 18 años: una y otra vez los porteros me echaron para atrás hasta que logré ser admitido en los siempre más laxos cines de reestreno y de verano en los que por fin pude ver Goldfinger y Operación Trueno. Para sensitive readers (y sensitive wievers), Franco y sus censores. Ellos tenían su propia noción de lo que era o no correcto, por supuesto, pero la misma pasión censora ahora asumida por los anglosajones. A que va a ser verdad que éramos la adelantada reserva espiritual de Occidente.

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