Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Los inventarios de diciembre (1)
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Con la crisis financiera mundial fueron muchas las críticas que recibieron los responsables de las instituciones financieras relevantes y, en verdad, todos economistas, por no haber denunciado con anticipación lo que se estaba cociendo. Incluso la reina Isabel II, que nada opinaba sobre temas políticos y económicos, en la London School Of Economics, en 2008, al recibir explicaciones, preguntó perpleja: “si el sistema financiero se encontraba mal, ¿por qué nadie dijo nada?”. Ahora, los informes periódicos de estabilidad financiera dan cuenta bien clara de los riegos a los que el sistema financiero está expuesto. Esta semana, nuevo número.
El sistema financiero europeo ha resistido bien a las recientes tensiones provocadas por los bancos de EEUU y Suiza. No obstante, las turbulencias pueden volver a desatarse. Los fondos de inversión están muy expuestos a correcciones bruscas del mercado, dado el alto riesgo de duración, crédito y liquidez que soportan. Y la banca se enfrenta a mayores costes de financiación, empeoramiento de la calidad de sus activos y menor volumen de actividad, por la caída de la demanda de nuevos préstamos. Su rentabilidad puede afectarse y existen preocupaciones serias sobre su capacidad de acumular capital para cubrir pérdidas y administrar sus riesgos crediticios.
En cuanto al mercado inmobiliario europeo, de momento, está experimentando ajustes ordenados en los precios de las viviendas, pero pueden volverse desordenados si se reduce drásticamente la demanda. Por su parte, el inmobiliario comercial continúa en recesión, y la corrección en curso podría poner a prueba la resistencia de los fondos de inversión con intereses en esta parcela inmobiliaria.
La evolución de estos ámbitos financieros dependerá, además de las posibles perturbaciones externas, de la capacidad de aguante de los diferentes agentes económicos: el endurecimiento de las condiciones financieras y unas perspectivas de menor crecimiento afectarán a las empresas, sobre todo aquellas que salieron de la pandemia más débiles y con una mayor deuda; a las familias, en particular a los de ingresos más bajos, al reducir su poder adquisitivo y comprometer su capacidad para pagar los préstamos; y a los gobiernos, con costes de financiación cada vez más altos.
El BCE, como garante de la estabilidad financiera, nos informa de todos estos riesgos. A la vez, sigue elevando los tipos de interés para corregir la inflación, su objetivo principal, aun cuando la estabilidad resulte perjudicada. No lo tiene nada fácil, porque sus funciones están en conflicto. De hecho, se han tenido que olvidar de orientar a medio plazo sobre su política y decidir reunión a reunión según evolucionan las distintas variables.
En los 25 años que lleva de vida (se creó el 1 de junio de 1998), uno de los momentos más delicados que ha atravesado fue tras una crisis financiera derivada de un error garrafal de todo el mundo occidental en la valoración de los riesgos financieros. Ahora somos conscientes, pero el BCE vive otro momento delicadísimo. Si sobreviene otra crisis financiera, otra reina preguntará: ¿cómo en todos estos años no se ha hecho nada para que el sistema financiero sea más resiliente?
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