Análisis

rogelio rodríguez

Hacia esa otra España

Si el poder legislativo es hoy una entelequia, el judicial ha recibido un golpe de gracia

Afirma Pedro Sánchez que los indultos a los golpistas catalanes "son el primer paso hacia una nueva España". Es tal su capacidad de metamorfosis que cualquier día reivindicará Els Segadors como himno de concordia. Lo cantaron los líderes del procés a la salida de la cárcel, festejando la asonada de octubre de 2017 y convencidos de que lograrán el objetivo de una Cataluña independiente. El eufemismo del presidente tiene retranca. Dice nueva para no decir otra que, de producirse, poco o nada tendrá que ver con la España que a duras penas todavía subsiste, la que sustituyó a la de los cuarenta años de dictadura, la del perdón y el consenso dentro de la divergencia, la de la democracia, la que sufrió y venció unida el terrorismo sanguinario de ETA, la del desarrollo, la que entró en Europa y se ganó la consideración internacional. El país que diseña el Gobierno Frankenstein bajo los imperativos secesionistas nos retrotrae a los escenarios más oscuros de nuestra historia. No hay presagio bueno cuando los que están obligados a defender y reforzar el Estado de derecho se afanan en debilitarlo.

El Gobierno ha roto el pacto de la Transición, ha dado legitimidad al argumentario independentista -basta con revisar la prensa extranjera- y avasallado al Poder Judicial, pasándose por el forro de sus intereses una sentencia plenamente ajustada a derecho para que los líderes de la intentona le concedan una tregua que le permita agotar el mandato. Más aún, reformará el Código Penal -¡ese es el compromiso!- para reducir las penas por el delito de sedición, lo que también pondrá en cuestión ante el Tribunal de Estrasburgo el dictamen del Supremo. Si el poder legislativo es hoy una entelequia, el judicial ha recibido un golpe de gracia. Los indultos, en el contexto que se han producido, no pueden, de ningún modo, justificarse con la cándida premisa de que el Gobierno ha obrado, con las competencias que le otorga la ley, en aras de un tiempo de concordia. O con esa misericordia falsaria que pregonan los obispos catalanes y contemporiza su plenario nacional, algo similar a la de los prelados vascos cuando la banda terrorista obligaba a prodigar las misas de difunto.

No es sólo que el Gobierno tome decisiones que nos llevan a callejones estrechos y difíciles, como dijo el otro día Felipe González, sin citarlo y con ese episcopalismo insustancial que utiliza últimamente el ex líder socialista, sino que Pedro Sánchez, su jefe, el jefe de un PSOE irreconocible, ha entrado en la caverna soberanista y abierto las válvulas que regulan el marco constitucional. La riada antisistema es cada día más turbulenta e impredecible. Y ahí está el tornadizo PNV, presto como siempre a sacar tajada, aunque ahora sin necesidad de máscara, dando dos años de plazo, el tiempo que resta de legislatura, para que sea reconocida la nación vasca y establecer una relación bilateral con España. Su presidente, Andoni Ortuzar, ha reconocido ir a pachas con personajes tan dispares y convictos como Junqueras y Puigdemont. Dios los cría y ellos se juntan.

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