Cultura

"El veneno de la intolerancia en Cuba sobrevive incluso al país"

  • El autor isleño publica con Tusquets 'El navegante dormido', una historia de "desapariciones y fracasos" poblada por personajes expectantes y arrastrados por la Historia

A veces, escribe Abilio Estévez en El navegante dormido, las pruebas de Dios se confunden con la rutina. La novela, una historia de "desapariciones y fracasos" editada por Tusquets, cierra el tríptico del autor cubano (La Habana, 1954) sobre su país. En un viejo caserón en la playa, un grupo de personas esperan la llegada de un ciclón, que desatará una incontrolada danza de fantasmas. Antes, cuando el ciclón parece demasiado lejano para existir, los personajes -recordados con tono elegíaco 30 años después por la narradora, exiliada en Nueva York- ven desvanecerse el tiempo entre suspiros y recuerdos, "violentados" y orillados por la Historia, esperando nadie sabe muy bien qué.

-¿Qué papel juega esta novela en su trilogía cubana?

-En Tuyo es el reino, que se desarrolla en diciembre de 1958, antes de la Revolución, conté mi infancia. Y Los palacios distantes habla del año 2000. Al darme cuenta de que faltaba un espacio entre una novela y otra, sentí que debía escribir algo sobre los años 70 en mi país, que fueron especialmente terribles, sobre todo 1977. Con El navegante dormido completé mi imagen de lo que ha pasado en Cuba. Al menos desde el punto de vista del miedo, del encierro.

-Hay pasajes casi fantasmales...

-Los años 70 fueron horrorosos. Veías cómo iban desapareciendo tus amigos; unos se morían, otros se iban del país. En los 80 hubo un éxodo masivo a Estados Unidos, y de repente nos quedamos sin amigos. La vida se iba empobreciendo, y era muy doloroso.

-Usted se marchó en 2001.

-Con 49 años. Viejo. Por eso mi alter ego más claro en la novela es Valeria, la mujer cuenta la historia 30 años después para reconstruir su vida, para que no se escape completamente.

-¿Ha vuelto desde entonces?

-Hace un mes. Estuve tres semanas en La Habana y me di cuenta de que ésa ya no es mi ciudad. Fue bueno constatarlo, porque no es necesario aferrarse a los lugares. Los lugares se los lleva uno cuando se va. La nostalgia que pueda tener por una cierta Habana es la misma que puedo sentir por la vida que ya se fue.

-Un personaje de la novela se pregunta quiénes son los cubanos para los cubanos. ¿Quiénes son para usted?

-Demasiado difícil... Sé que estamos marcados por esa Revolución, queramos o no.

-En el libro, la actriz que defiende la "justicia social" repara en que reproduce una retórica vacía, y casi se queda muda.

-Y la novela transcurre en 1977, cuando aún era posible que alguien se creyera ese tipo de cosas. Ahora nadie podría creerse ese discurso.

-¿Percibió algún cambio cuando regresó?

-La gente expresa su opinión libremente, sin miedo, algo impensable hace 30 años. Creo que es algo que ya venía ocurriendo y que la desaparición política de Fidel [Castro] ha resaltado.

-¿Es optimista, entonces?

-Hasta cierto punto. El país está muy dañado. Falta sentido de la democracia y hay demasiada intolerancia. Pero esto ocurre no sólo en Cuba, también en el exilio, como si ese veneno sobreviviera al país. Hace algunos años, en Miami, se hizo una exposición de pintores que vivían en Cuba, y hubo un grupo de personas que compraron un cuadro para quemarlo en la calle. La reconstrucción de los valores morales perdidos será muy lenta y dolorosa.

-En contextos así, no ensuciarse no es heroico, sino imposible.

-Exacto. Imposible.

-¿Que opina de la literatura actual de su país?

-Los que quedan vinculados al poder, como Miguel Barnet, son pocos y carecen de interés. Bah... La buena literatura se hace de espaldas al poder. Pero tengo que reconocer que desde que llegué a Barcelona estoy bastante desvinculado. Conscientemente. Si vas al exilio, vas al exilio. Vas a leer lo que no has leído hasta ahora porque no lo podías encontrar.

-Por ejemplo...

-John Cheever. Ahora no sé cómo he podido vivir sin él (ríe).

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