Esto no es una historia de la música
Mapa de Músicas | Otra historia de la música. Crítica
El Barroquista culmina una trilogía de divulgación sobre temas artísticos con un volumen de temática musical
La ficha
Otra historia de la música (¿qué pensaría Bach de la música actual?).
El Barroquista (Miguel Ángel Cajigal Vera). Barcelona: Ediciones B, 2025. 261 páginas. 19,85 € (Audiolibro: 13,49 €; Ebook multimedia: 8,54 €)
El título de este libro no se corresponde con su contenido, un acercamiento digresivo a diversos temas musicales. El subtítulo es simplemente un gancho publicitario. En la era de internet, la divulgación cultural ha dejado de ser patrimonio casi exclusivo del mundo académico y ha pasado a manos de creadores de contenido que operan en redes, radio y televisión. Miguel Ángel Cajigal Vera, conocido como El Barroquista, se inscribe en ese fenómeno con un estilo divulgativo accesible, apoyado en una voluntad constante de simplificación y un lenguaje de omnipresente corrección política. Su escritura tiende al tono conciliador (tan distinto del combativo, eléctrico, polémico, de Ted Gioia, al que varias veces cita) y a la idea (tan posmoderna) de que todo cabe, todo vale y todo puede conectarse con todo.
El objetivo no parece ser construir un relato histórico ni articular una interpretación sistemática del devenir musical, sino ofrecer una experiencia de lectura fluida, cómoda, orientada a un lector medio, entrenado en el consumo rápido de contenidos culturales. Se pone así en circulación un conocimiento ligero, hecho de estímulos reconocibles, ejemplos accesibles y asociaciones tranquilizadoras. El resultado no es tanto un pensamiento incisivo sobre la música como un discurso sobre cómo acercarse a la música sin forzar demasiado a un lector que seguramente no se mueve con comodidad ni siquiera entre los tecnicismos más simples.
El libro parte, sin duda, de un conocimiento sólido de los materiales y de una familiaridad evidente con bibliografía especializada. Sin embargo, el autor opta por renunciar de forma consciente a la profundidad conceptual. Es su elección, imagino que conocedor del cliente potencial de su trabajo. Resulta significativo que, pese a la amplitud aparente de las referencias, el verdadero eje gravitacional de la obra sea la música popular contemporánea, y en particular el universo del pop en sus diferentes vertientes (folk, pop, rock, soul, latin pop, K-pop…). Es ese, el mundo de la música de consumo mayoritario de nuestro tiempo, el que opera como patrón de medida para confrontarse con el resto de la “historia de la música”. Quizá es que el título pueda crear una expectativa que luego no se corresponde con el contenido del texto. Y es que no se trata tanto de sacudir la comodidad del lector, descubrirle un mundo radicalmente nuevo o exigirle una profundización en categorías que no son sencillas de asimilar como de acompañar, de no problematizar acerca de las ideas y los gustos asentados, de evitar el conflicto teórico o estético.
Ahí aparece, de forma recurrente aunque nunca resuelto, el problema de las jerarquías: la dificultad contemporánea para afirmar que unas músicas puedan ser mejores que otras, la sospecha sobre el canon, el miedo a formular juicios de valor sin ser acusado de elitismo. El autor gira alrededor de esa cuestión crucial sin atreverse a definirse con claridad. Por ejemplo: ¿podemos decir que Bach es mejor compositor que Luis Fonsi o no? Por ejemplo: se dice que Switched-On Bach, el disco de 1968 del entonces Walter Carlos (luego, Wendy Carlos), “cambió la historia de la música”, ¿pero qué contexto se ofrece al lector para sostener con esa rotundidad una afirmación de tal calibre cuando no se le ha dado ni una sola referencia acerca de las vanguardias (electrónicas y no) del siglo XX? (Por no hablar de Monteverdi, cuyo nombre aparece una vez, de pasada, o de Wagner, que ni aparece: ¿se imagina escribir una historia de la pintura sin citar a Velázquez o a Goya? Pues lo mismo).
El libro se divide en dos partes claramente diferenciadas. La primera reúne consideraciones generales sobre el gusto conservador del ser humano y su tendencia a la repetición, pero evita profundizar en lo esencial: cómo responde el cerebro, buscador incesante de patrones, a la música, un campo ya más que ampliamente estudiado y divulgado. A ello se suman reflexiones sobre el éxito de determinados repertorios y el papel de la industria musical, junto a nociones elementales sobre afinación, sistema temperado, octava, círculo de quintas y relaciones entre música y matemáticas. Hay algunas intuiciones e ideas bien traídas: como el hecho de que fue la notación musical la herramienta que aseguró la expansión y el triunfo absoluto de la música occidental en todo el mundo, y eso aparece correctamente vinculado a la estandarización de los repertorios y, más tarde, a la fijación de las versiones a través de la grabación sonora. Esta primera parte concluye con un breve y algo convencional acercamiento a los orígenes prehistóricos de la música.
La segunda parte está más estructurada, ya que se articula en torno a los usos de la música en siete capítulos: narración, oración, danza, guerra, identidades colectivas, emoción y experimentación. Desfilan por ahí Joan Báez, Dylan, Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui; Hildegard von Bingen, Lutero y Bach; Bessie Smith, Josquin Desprez y –¡vade retro!– la musicoterapia; God Save the King y La marsellesa; la folía, Donna Summer o Despacito; Charles Ives, Wendy Carlos… El tono es más bien superficial, apenas hay desarrollo, más allá de una especie de catálogo de ejemplos. Las ausencias son abrumadoras.
El volumen en papel incluye un QR que remite a una lista de reproducción en Spotify con 185 cortes y trece horas y media de escucha. El dato resulta revelador: en esa selección no aparece ni una sola obra de Monteverdi, Mozart, Stravinski, Schoenberg o Debussy. Esto no es otra historia de la música (y no creo que el autor, pese al título, pretenda realmente que lo sea), sino un recorrido de trazo epidérmico y desarrollo desigual por cuestiones diversas que pretende ser una revindicación del poder de la música y de la necesidad de concederle un alto estatus en nuestra vida cotidiana. Nada que objetar si, como propone el propio Cajigal al final, pretende hacer eso dejando al lector con más preguntas que respuestas. Así que ese tono liviano y vaporoso del contenido no sería una carencia de la obra, sino su propósito.
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