La flauta mágica | Crítica

La flauta mágica

Las tres damas, junto a Tamino (Pablo García-López).

Las tres damas, junto a Tamino (Pablo García-López). / Laura Martín

La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) sobre libreto de Emanuel Shikaneder (1751-1812), su compañero masón, es con justicia una de las óperas más representadas en todo el mundo.

Ambos amigos tuvieron la feliz ocurrencia de compatibilizar los abundantes símbolos masónicos (y el propio enfoque general de la trama como un viaje existencial desde la feliz Arcadia hasta la trabajada sabiduría no menos gozosa del Elíseo) con una forma de relato dramático musical de cuento de hadas, lleno de fantásticas peripecias y delicias musicales, que siguen encantando siglos después a grandes y pequeños.

La producción escénica del Teatro Villamarta de Jerez y, en mayor medida aún, la musical del Gran Teatro de Córdoba me parecieron dignas de todo elogio. La dirección musical de Carlos Domínguez-Nieto y su materialización sonora por parte de la Orquesta de Córdoba (Silvia Mkrtchian, al glockenspiel de teclado, incluida) fueron soberbias.

Todo el elenco vocal me impresionó también muy favorablemente, con un Pablo García-López (a quien he visto crecer musicalmente con asombro en los últimos años), capaz de ofrecer un Tamino personal, lleno de encantadores matices y sutilezas; y una Ruth Rosique (Pamina) de bellísimas voz y expresividad, por citar a los dos cantantes que más me gustaron en lo musical.

Del resto, valoré la excelente voz y gracia escénica de Manel Esteve (Papageno) y José Manuel Montero (Monostatos), la técnica brillante de Vittoriana de Amicis (La Reina de la Noche) y Alba Chantar (Papagena), la elegancia estilística y las tablas de Stefano Palatchi (Sarastro) y el excelente trabajo de conjunción del Coro Ziryab.

Muy acertada la idea de hacer casi todos los diálogos en castellano (en alguna ocasión, la yuxtaposición del español y el alemán sumaba comicidad o fuerza dramática a la acción) y los detalles cómicos (musicales, visuales y textuales) con que Francisco López refuerza la conexión con el público.

Quizás esto contrastó con el que acaso fue el aspecto que menos me gustó de la, por otra parte, elegantísima escenografía: cierta oscuridad en el escenario, que acaso hacía echar en falta momentos de más alegre iluminación.

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