Como dos niños

El sello Suevia edita 'Sueño de amor eterno', la película de Hathaway que entusiasmara a los surrealistas

Una escena de 'Sueño de amor eterno'.
Alfonso Crespo

07 de marzo 2011 - 05:00

PeterIbbetson (1935) de Hathaway -Sueño de amor eterno entre nosotros- es una rareza que dio que hablar y escribir, sobre todo entre sus contemporáneos surrealistas, los que, con Breton y Buñuel a la cabeza, festejaron esta encendida defensa del amourfou que surgía del corazón de Hollywood. El colofón exagerado lo pondría, en la misma línea, Paul Éluard, quien dijo haberse topado azarosamente con la película cuando, arrastrado por una pasión similar a la de los protagonistas, entró en un cine parisino tras los pasos de una bella y escurridiza chica. Desde los días de la mítica surrealista, la película, menos vista que comentada, no ha dejado de ganar adeptos, más entre críticos (de Tavernier a Adrian Martin, por ejemplo) que en las filas del público, que suele palidecer ante la ingenuidad reinante y lo kitsch de algunas secuencias.

Segunda adaptación de la novela de George du Maurier (ya había sido llevada al cine en 1921 bajo el nombre de Forever y la dirección de George Fitzmaurice), PeterIbbetson, recuperada ahora por el sello Suevia, cuenta la historia del portador de ese nombre y apellido, un huérfano marcado por un amor de infancia del que fue drásticamente separado cuando su tío le obligó a vivir en Londres tras el fallecimiento de su madre. Los años pasarán, pero sin mermar ese primer y precoz amor, y el niño, ya convertido en un prometedor arquitecto, volverá a encontrar por casualidad a su niña amada, quien ahora es una duquesa casada por aburrimiento. Ambos perderán de golpe el malestar y desasosiego que han caracterizado sus vidas desde la temprana separación, pero la unión amorosa deberán consumarla en el mundo de los sueños primero y en el más allá después, ya que el accidental asesinato del duque confina a Peter en una cárcel donde una brutal paliza añade la parálisis a la condena perpetua.

PeterIbbetson, evidentemente, no es Laedaddeoro, y aquí la encarnación de un amor irracional que se opone a lo establecido y no se detiene ante las componendas no araña la materia fílmica ni recurre a la pulsión como fuerza destructora de los consensos del esfuerzo civilizatorio. Y a este Hathaway, cineasta imprevisible con indudables cualidades para lo sombrío, no hay que ponerlo a pelear con el tozudo aragonés. Si a algo se parece, dentro del Hollywood de la época, este melodrama elíptico y poco convencional es a las películas de Frank Borzage, el cineasta apasionado por antonomasia, el que enunció todo su cine en la encrucijada donde lo finito y lo infinito se encuentran, territorio del anhelo y la comunión de almas. Hathaway, si bien en menor medida que en una película de Borzage, aprovecha el argumento de PeterIbbetson para escapar de la rigidez de la gramática invisible y ampliar el abanico de relaciones entre los planos, una vez que la verosimilitud no es el único concepto que monopoliza los raccords, la continuidad. Se trata de una manera de frenar el filme, de dinamitar el espacio y el tiempo y así cambiar el impulso horizontal por uno vertical. En Hathaway, no obstante, no hay tanto arrebato como en Borzage, y su PeterIbbetson parece interesarle más como oportunidad estética que como alegato emotivo, lo que explicaría (mucho más que el siempre discutido casting) la tirantez de muchos pasajes: cuando más se eleva el filme es, precisamente, cuando se suspende el intercambio de réplicas y las imágenes -capturadas por Charles Lang- recuperan la autosuficiencia del mudo más refinado, más acá y allá de las palabras. En PeterIbbetson el sueño se filma como la realidad, sin brumas ni distorsiones, algo que debió entusiasmar a los surrealistas, y que a nadie que haya sido asiduo al cine -ese correlato del mundo físico al que vamos a buscar el tiempo perdido- puede pasar desapercibido.

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