Un milenio después del fuego

Hace 1.000 años comenzó la destrucción de Medina Azahara en el marco de las guerras civiles que destruyeron el Califato · La ciudad palaciega pasó de ser símbolo de esplendor político a cantera

'La corte de Abderramán', de Dionisio Baixeras Verdaguer (1885).
Alfredo Asensi / Córdoba

05 de diciembre 2010 - 05:00

El eco de un esplendor quedó ahogado en un lodo de sangre y metales. El proyecto político y territorial del Califato omeya duró apenas unas décadas: las guerras civiles acabaron con el poder central e inauguraron el tiempo de las taifas. Una consecuencia del proceso fue el saqueo y la destrucción de Medina Azahara, que comenzó a finales de 1010, hace ahora 1.000 años. Una efeméride que ha pasado desapercibida en Córdoba, donde la antigua ciudad palatina vive (a pesar de las dudas que periódicamente surgen sobre su gestión y del problema de las parcelaciones de su entorno) un momento dulce por las perspectivas de promoción y crecimiento que le abren su sede institucional, inaugurada el pasado año y reciente ganadora del premio Aga Khan de arquitectura, y su posible entrada en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.

Medina Azahara pasó en pocos años de ser símbolo del poder califal (el Versalles medieval, según algunas lecturas comparativas algo flexibles) a gran cantera de materiales de construcción. La historia es conocida: Abderramán III, que subió al trono en 912, se proclama califa en 929 y siete años después (once, según algunas fuentes) ordena la construcción de una gran ciudad a ocho kilómetros de Córdoba, en las faldas de Sierra Morena, como reflejo de su dignidad y expresión de la grandeza del estado (también había una cuota de revancha por el exterminio de su familia y una intencionalidad intimidatoria frente a sus enemigos). Diversos relatos e interpretaciones de inclinación legendaria embellecen o perturban la crónica de los orígenes de este complejo cuya construcción duró 40 años y al que la corte se desplazó en 945. Uno de sus rasgos es su disposición en terrazas, la primera de ellas consagrada al califa, la segunda concebida como zona oficial (dependencias administrativas y residencias de funcionarios) y la tercera dedicada a los habitantes de la ciudad. Entre sus principales edificios figuran el Salón de Abderramán III, donde el califa recibía a los embajadores, la Casa de Ya'far (vivienda del primer ministro, restaurada hace pocos años) y la de la Alberca y la mezquita-aljama, construida en los primeros años y orientada hacia la Meca. Abderramán III murió en 961. Le sucedió su hijo Al-Hakam II, gran favorecedor de la astronomía y las matemáticas.

En su Historia de la España islámica, W. Montgomery Watt recuerda que en los últimos años del siglo X "era tal la vitalidad y el vigor de Al-Ándalus que extendió su influencia por el norte de África, de forma que en 998 el hijo de Almanzor, el futuro Al-Muzaffar, logró establecerse en Fez en calidad de virrey". Hisham II era el califa (976-1013), pero fue reducido a la impotencia por el maquinador Almanzor, que ejerció el control de los asuntos del estado hasta su fallecimiento en 1002. Le sucedió su citado hijo (el califa seguía siendo el mismo) y en aquellos años "se hizo indispensable una constante actividad militar" frente a los reinos cristianos del norte. Y, repentinamente, el periodo 1008-1031 "es en cierto modo -explica Montgomery Watt- uno de los más trágicos cuartos de siglo de toda la Historia. Desde el pináculo de su riqueza, de su poder y de su esplendor cultural, Al-Ándalus se desplomó en el abismo de una sangrienta guerra civil. Ninguna autoridad central era capaz de mantener el orden en el país". En 1031 un consejo de notables reunido en Córdoba decretó la abolición del califato, 102 años después de su proclamación.

La fitna, el colapso, el final. Córdoba y Medina Azahara fueron saqueadas sin piedad. La ciudad palaciega conoció el gusto por el fuego de los rebeldes bereberes y la ruina se elevó como testigo mudo y sordo de la Historia. Había vivido un inicial periodo de esplendor y luego otro de declive y ahora sólo le quedaba la devastación, la memoria mancillada, el olvido, el saqueo. Tuvo que esperar hasta las excavaciones de 1911, dirigidas por Velázquez Bosco, para afrontar una recuperación arqueológica que experimentaría un avance decisivo con las campañas desarrolladas por Félix Hernández a partir de 1944.

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