Crítica de Música

Como mesías de un rock inmortal

Alejandro Climent (bajo), Javier Alzola (saxo) y Carlos Raya (guitarra) flanquean a Fito en Córdoba.

Alejandro Climent (bajo), Javier Alzola (saxo) y Carlos Raya (guitarra) flanquean a Fito en Córdoba. / Juan Ayala

¿quién es el que se atrevió a blasfemar musicalmente defendiendo esa monserga de que el rock and roll está muerto? Puede que de vez en cuando -y la propia industria tiene mucha culpa de ello- viaje en ambulancia, como defiende Ariel Rot en una de sus canciones, pero el rock and roll seguirá muy vivito y coleando mientras tenga mesías como Adolfo Cabrales -Fito para todos-. El bilbaíno volvió a demostrar en Córdoba -dentro de la gira con la que conmemora sus últimos 20 años de carrera- que las notas de su guitarra, cual flautista de Hamelin, seducen acompañadas de su voz convirtiendo a su religión del fitipaldismo a todo el que lo escucha. De hecho, el Coso de los Califas rebosó de fieles fitipaldianos entregados a la causa desde los primeros acordes de Siempre soñando, hasta los finales de Acabo de llegar, primer y último tema de un recital que duró dos horas, tras las que el respetable seguía pidiendo más y más como si quien estuviera sobre el escenario fueran Bruce Springsteen y su E Street Band -acostumbrados a regalar conciertos de hasta más de tres horas-.

Buena parte de culpa de esa fe ciega que levanta su música la tienen los aventajados apóstoles del mesías que lo acompañan en el escenario. ¿Qué se puede decir musicalmente hablando de Carlos Raya que no se haya dicho ya? Carlos es el alma de los Fitipaldis, el tipo al que otros artistas y grupos españoles como M-Clan y el propio Fito le deben en parte el éxito de sus carreras en estos tiempos que no son tan fáciles para el rock. Carlos es el responsable, como productor, de un sonido que convierte las canciones en atemporales. Vamos, que pasarán los años y Antes de que cuente diez, Garabatos o Por la boca vive el pez seguirán sonando igual de frescas, al igual que Entre dos mares, ese tema reciclado de la época de Platero y Tú -la anterior banda de Fito- que abre su último trabajo recopilatorio Fitografía y que en los conciertos tiene una entrada de batería imperial de la mano -en este caso, de las manos- de Dani Griffin.

Tan imperial, como los guitarrazos y los solos de Carlos o del propio Fito -y eso que no se considera guitarrista-. Esos instrumentos eran metralletas que escupían un sinfín de acordes propios del Mark Knopfler de los tiempos de Dire Straits, en el caso del segundo, y de un inspirado Rory Gallagher, en el caso del primero. El bajista Alejandro Climent y el saxofonista Javier Alzola fueron una vez más el complemento perfecto para que en la chistera -en este caso, gorra- musical de aquel chaval que iba para cura se volvieran a fusionar el rockabilly, el rythm & blues, el swing, el jazz y los sonidos sureños componiendo una banda sonora de estribillos que coreaba el respetable como si del We are the Champios de los Queen se tratara. No faltó el pesado de turno que chillaba una y otra vez "canta Soldadito marinero" desconocedor de que las canciones llegan cuando tienen que llegar según dicta lo que se llama un setlist. Y tampoco faltó Muchachito -haciendo de telonero espeso pero cumplidor- y Fetén Fetén, ángeles de un Fitipaldismo cuyo credo es una alabanza a un inmortal rock and roll.

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