Feria Taurina de Córdoba

La medida de los tiempos

Roca Rey da un pase al segundo toro de la tarde, primero de su lote. Roca Rey da un pase al segundo toro de la tarde, primero de su lote.

Roca Rey da un pase al segundo toro de la tarde, primero de su lote. / Miguel Ángel Salas

Circula una frase en el mundo de los toros, atribuida a don Álvaro Domecq, que es una máxima en el arte de Cúchares. La frase dice textualmente: “Las prisas son para los rateros y los malos toreros”. La frase, en sí, es un mandamiento. La liturgia del toreo es un espectáculo vivo, que tiene que tener un dinamismo tan vivo que aquel que se sienta en el escaño de una plaza de toros jamás debería caer en el tedio o la abulia.

Así debe de ser, pero esa máxima o mandamiento se refiere al toreo en sí. En la tarde de este sábado, algunos andaron confundidos en exceso. Se perdió mucho tiempo. Una corrida de toros, o un festejo taurino, no puede durar tres horas y diez minutos. No vale la excusa de la actuación de un rejoneador, pues precisamente este fue el que tuvo más celeridad, que no pausa, en sus dos actuaciones.

Se debe de torear despacio, templando el tiempo o parando los relojes, pero no alargando tiempos innecesarios entre tanda y tanda, o dando vueltas al ruedo con un paso lento y cansino. ¡Ay, aquellas vueltas al ruedo al trote que dispensaba Antonio Bienvenida! Qué necesario que esta nueva hornada de matadores se mire en el espejo, no ya solo de las formas ante el toro, de aquellos toreros que tanto aportaron a una fiesta viva.

Lo de Roca Rey en este aspecto es censurable, luego hablaremos de su actuación ante los toros, pero el limeño es en parte gran responsable de la duración del festejo. ¿Qué gana con tanta parsimonia impostada? ¿Por qué tarda tanto en dar una vuelta al ruedo? ¿Qué motivos le hacen dar tantos tiempos muertos entre tanda y tanda? ¿Qué motivos tiene tras el tercio de banderillas, de querer entrar al callejón por el burladero de matadores y no por el más próximo? Solo él tiene las respuestas a estas interrogantes, pero que sepa que el toreo es un espectáculo que precisa vivacidad y, como máxima figura del toreo, debe de velar por no cansar al espectador en cosas accesorias que poco tienen que ver con la lidia de un animal bravo, que es el fin fundamental de este milenario espectáculo.

Si Roca Rey se dormía en su actuación extrataurina, la presidencia fue igualmente partícipe de la larga duración del festejo, con una decisión que seguro quedará para la polémica. En la lidia del quinto toro, y tras el tercio de banderillas, el toro fue tocado desde un burladero y el animal prácticamente se lesionó de forma notoria al rematar en las tablas. El toro quedó inútil para la lidia. Todo hacía preveer que tendría que ser apuntillado y correrse turno, ya que al animal se había inutilizado durante su lidia y no cabía su devolución. Fue entonces cuando, sorpresivamente, apareció el pañuelo verde en el antepalco presidencial, ordenando la devolución del astado a corrales para la salida inmediata del sobrero. Como era esperado, los cabestros no fueron capaces de realizar su labor y el toro fue apuntillado, magistralmente eso sí, por Gómez Algaba desde el burladero. Tempus fugit. La tarde comenzó a hacerse eterna.

Diego Ventura pone unas banderillas al primero de su lote. Diego Ventura pone unas banderillas al primero de su lote.

Diego Ventura pone unas banderillas al primero de su lote. / Miguel Ángel Salas

Abría cartel el rejoneador luso-sevillano Diego Ventura. El caballero rejoneador lució en sus dos actuaciones, que si no fueron rotundas, tuvieron el sello que imprime a todo lo que hace el torero afincado en La Puebla del Río. Diego Ventura torea a lomos de los caballos de su cuadra. Conoce los terrenos donde se mueve y con una doma que roza la perfección encuentra toro en cualquier terreno de la plaza.

En su primero, al que recibió a lomos de Guadalquivir, pudo tener un serio percance, pues el corcel resbaló quedando a merced del toro. Afortunadamente todo quedó en un susto. Se resarció montando a Velasques, con el que quebró banderillas en terrenos de toriles con mucha exposición. Tras clavar tres cortas a lomos de Guadiana, mató de forma certera cortando la primera oreja de la tarde.

Otra cortó a su segundo, donde destacó con Bronce, un caballo lusitano de capa baya, al que monta sin cabezada, clavando banderillas de mucho mérito. Tras clavar un par de las cortas a dos manos acertó con un rejón certero tras un pinchazo.

Roca Rey reaparecía en los ruedos tras el año en blanco de 2020 motivado por la pandemia. El peruano vuelve igual que se fue. Es un torero que lo ve fácil en la cara del toro y sobre todo que confía en sus posibilidades.

Su capote tiene cadencia, cierto es verdad que hoy los toros salen prácticamente picados, pero es destacable su manejo con el percal. En su primero, al que brindó al respetable, cuajó un trasteo bien estructurado en forma y fondo. Los muletazos surgieron largos y con temple, aunque en algún remate resultaran tropezados. Busca pronto los terrenos de cercanía y allí es donde se encuentra a gusto, enardeciendo al tendido. Estocada caída de efecto fulminante que le supuso una oreja con petición de la segunda, que la presidencia, de forma acertada, no concedió. En el quinto tuvo la misma tónica, pero el mal uso de los aceros le impidió volver a obtener algún trofeo.

Pablo Aguado torea al último de la tarde. Pablo Aguado torea al último de la tarde.

Pablo Aguado torea al último de la tarde. / Miguel Ángel Salas

Pablo Aguado tiene el don innato de la naturalidad. Maneja los engaños con soltura, con empaque y con un buen sentido de la estética. Esos fueron sus avales en la temporada de 2019, la de su explosión como nueva figura emergente. Da gusto ver a Aguado en la cara de los toros. Pero esa naturalidad es un arma de doble filo, ya que lo mismo que hace emocionar al público, si los animales a los que se enfrenta no tienen un punto de casta, puede también verse como una falsa facilidad que no cala en los tendidos. Aun así, no se vio la mejor versión de Aguado. Estuvo a medias. Sus dos actuaciones tuvieron el mismo común denominador. Elegancia y torería, pero carecieron de ese plus para arrebatar más a los tendidos.

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