Historia Taurina

Paco Camino y su histórica tarde en Madrid

  • Es 4 de junio del año 1970. Es una fecha señalada en la agenda taurina. Se celebra la tradicional corrida de la Beneficencia, gran acontecimiento taurino de la temporada

Traje que estrenó Paco Camino y que se encuentra en el Museo Taurino de la Comunidad de Madrid

Traje que estrenó Paco Camino y que se encuentra en el Museo Taurino de la Comunidad de Madrid / Museo Taurino de Madrid

El toreo vive un momento álgido. Es una época de grandes toreros. Hay uno, de Córdoba concretamente, que causa sensación allá por donde torea. Junto a él coexiste una baraja de espadas de gran nivel. Hoy se habla de una generación irrepetible. Toreros con personalidad propia, distintos entre sí. Hombres de gran sentido de la responsabilidad profesional, así como con un amor propio único, lo que hace que la rivalidad sea feroz. No hay que dejarse ganar la pelea por nada ni por nadie. Fuera de los cosos reina la camaradería y la amistad. Sobre la amarilla arena, el compañero, o amigo, se convierte en un rival al que hay que destrozar. Son los años de la llamada Edad de Platino del toreo. Citar nombres como El Cordobés, El Viti, Diego Puerta o unos veteranos Ordóñez o Antonio Bienvenida, nos deja muy a las claras del enorme nivel del escalafón de coletas en aquellos años.

Es 4 de junio de 1970. Una fecha señalada en la agenda taurina. Se celebra la tradicional corrida de la Beneficencia, gran acontecimiento taurino de la temporada, que ese año tiene unas connotaciones especiales. Un festejo que servía, además de para sacar unos pingües beneficios a la Diputación de Madrid, para poner al toreo en primera plana de lo que pasaba en el país.

En una habitación del hotel Wellington descansa un hombre. Aparentemente, a pesar de la gran responsabilidad que ha cargado sobre su persona, está tranquilo. Son ya diez años como matador de toros, años que le han dado el poso para saberse conocedor de que podrá cumplir con creces la gesta que voluntariamente ha aceptado. Paco Camino no se había arreglado ese año con las empresas de Sevilla y Madrid. Estar alejado de los grandes escenarios no era bueno. En el recién acabado San Isidro, El Cordobés se había proclamado gran triunfador con el corte de 8 orejas. El Viti, tampoco había quedado a la zaga. Camino tenía que demostrar su condición de figura del toreo. Para ello se ofreció al presidente de la Diputación de Madrid, Leopoldo Matos, a torear en solitario la tradicional corrida de la Beneficencia. Para tal gesta se había anunciado con seis ganaderías tenidas como más señeras del campo bravo. Juan Pedro Domecq, Urquijo, Miura, Pablo Romero, Buendía y Manuel Arranz, fueron las ganaderías escogidas para la ocasión.

Es la hora de partir plaza. Vestido con un terno poco usual en su ropero, grana y oro que ha sido cosido para la ocasión por el sastre Fermín, Paco Camino hace el paseíllo en Madrid. Al romperse el policromo desfile, la afición le hace saludar montera en mano. Se presiente una tarde de toros. Se abre la puerta de chiqueros. Los toros salen según la antigüedad de sus divisas. Camino frente a ellos está el torero. Su oficio, perfeccionado con el paso de los años, es tal que aplica a cada toro la lidia que éste le va pidiendo. El toro no es un material inerte, es vivo y cambiante. El torero de Camas no lo acusa y sabe amoldarse al comportamiento de cada uno de sus oponentes, o tal vez fue amoldando a los toros a su concepto de hacer y sentir el toreo.

A su primero, un toro distraído con el hierro de Veragua, entonces ya propiedad de Juan Pedro Domecq, anduvo sobrado y fácil. A sus manos fue a parar la primera oreja de la tarde. El segundo pertenecía al hierro de Urquijo. Con él, Paco Camino cuajó un deslumbrante quite por chicuelinas para después exhibir un poderoso trasteo con la muleta a un toro que se había crecido y presentó alguna dificultad. Dos orejas al esportón. El de Miura fue el menos colaborador y de menos condiciones para el lucimiento, Paco Camino anduvo sobrado con él. El de Pablo Romero evidenció falta de fuerzas y fue sustituido por otro toro de Juan Pedro Domecq al que también desorejó por partida doble tras una lúcida y variada faena.

El quinto no fue tampoco propicio; aún así, el matador estuvo muy por encima de sus condiciones y resultó muy aplaudido. El sexto pertenecía al hierro charro de Manuel Arranz y Camino quiso poner el broche de oro a su actuación con una faena compendio de todo lo que había mostrado durante la tarde. Solvencia, oficio, domino, arte y torería. Faena completa desde su inicio capotero, magistrales lances a la verónica narra la prensa de la época, muletazos de todas las marcas, adornos y la rúbrica de una excelente estocada. Dos orejas más para la estadística, pero la faena ahí quedó sobre el ruedo venteño y en la memoria de todos los que la vieron.

La tarde ha sido redonda. Camino pretende redondearla aún más y regala un sobrero de Felipe Bartolomé al que corta la octava oreja de la tarde, mostrando el dulce momento profesional por el que pasa y reivindicando no solo su carácter de figura, sino el de una personalidad única en una etapa única. Paco Camino ha hecho historia en Madrid. No solo por la dimensión torera que ofreció aquella tarde, ni tampoco por ser el espada que más orejas cortó en Madrid en una sola tarde. Camino marcó un hito en la historia del toreo. Como escribió, Cañabate, una de las plumas taurinas de más relieve de la época: “¡Adelante con los faroles de las luminarias del verdadero arte de torear!

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