Historia Taurina

El rey del temple y la bravura, un día grande en Valencia

  • Dámaso González hizo historia un día de julio de 1993 en la ciudad del Turia, con una faena explosiva y cargada de arte que concluyó con el indulto en la plaza del toro 'Gitanito'

Traje que lució Dámaso González en Valencia.

Traje que lució Dámaso González en Valencia. / Familia González-Tarruella

Son los días grandes en la ciudad del Turia. Siempre lo fueron en julio. La feria taurina de Fallas vino después. Valencia siempre fue más torera en julio que en marzo. Los tiempos cambian y, con ellos, las costumbres. Las Fallas son el primer puerto de montaña de la temporada. Aun así, la feria de julio tiene todavía su importancia. Es por lo que los toreros acuden a Valencia durante el verano, dispuestos a mostrar los motivos por el que ocupan lugares de privilegio en los carteles de las grandes citas taurinas.

Es miércoles, 28 de julio de 1993. En los corrales de la plaza de la capital valenciana hay murmullos. La corrida de Torrestrella, torada propiedad de Álvaro Domecq, está levantando expectación. No es muy aparatosa, pero su presentación y belleza es más que suficiente para una feria importante. Toros bajos, de buena constitución y acordes a su encaste. Hay quien comenta que algunos de esos toros fueron desechados por falta de trapío dos meses antes en Córdoba. El trapío, concepto abstracto e indefinido, que se ha usado en numerosas ocasiones para justificar lo injustificable. Presiones, filias y fobias tuvieron como escudo el indeterminado paraguas del trapío.

En una habitación del hotel Astoria  descansa el cabeza de cartel de esa tarde. Está relajado, tranquilo, aunque la responsabilidad siempre pesa, a pesar de tantos años en primera línea. En ocasiones se pregunta los motivos de haber vuelto a los ruedos. Primero fue el compromiso de doctorar a un prometedor torero paisano. Luego, su afición y el convencimiento de que aún tenía mucho que decir le motivaron a continuar. Dámaso González, con la misma ilusión de cuando empezó anunciándose Curro de Alba, no tenía nada que demostrar a nadie. Ahí quedaba su trayectoria. Ahora el reto era personal. Continuar disfrutando de la profesión y medir fuerzas con los nuevos valores, que traían una tauromaquia refrescada y con otros aires. 

Su hermano Pepe, fiel mozo de espadas, había dispuesto un terno morado y oro sobre la silla. Siempre se vincula a Dámaso con los trajes caña y oro, pero aquella tarde todo iba a ser distinto. Llega la cuadrilla al hotel. Lo primero, informar al matador del resultado del sorteo. Han dispuesto echar por delante al más vasto y dejar para cuarto lugar al más bonito. Es un toro que ha dado en la báscula 485 kilos, pero no es chico. Un animal proporcionado y de armónicas hechuras que tiene pinta de no fallar. También ha pesado el consejo del conocedor de la ganadería, Juan Cid, así como los del propio ganadero.

Llega la hora. El veterano matador rompe plaza con dos nuevos valores del toreo como son Litri hijo y un Finito de Córdoba que ha descerrajado la puerta grande de Las Ventas. Aquello estimula aún más a un Dámaso que no está dispuesto a dejarse ganar la pelea por la nueva ola del toreo. Su arte no ha perdido la frescura con el tiempo. El temple es su estandarte. Eso no lo aprendió, era innato. Con él doblegó a muchos toros en su carrera y lo más docto de la afición siempre le reconoció ese singular don natural.

La corrida sigue su curso. Dámaso cortó una oreja a su primero. En el segundo, como después en el quinto, Litri estuvo desvaído. Finito de Córdoba ha toreado por naturales al tercero en una faena que deslumbra. Otra oreja con petición de la segunda que la presidencia no concede. Es la hora del dar suelta al cuarto. Es negro bragado. Le pusieron Gitanito de nombre. Es un toro bonito que para nada está ayuno de trapío, concepto indefinido. Desde primera hora el animal muestra su calidad y su innata bravura. Pasa con nota por los montados, donde es castigado en la primera vara. Acude a la segunda, trámite forzoso en el nuevo reglamento estrenado un año antes.

Dámaso González toma la muleta. Vestido de morado y oro está dispuesto a presentar batalla a tan bravo animal. Ya lo dijo Guerrita en una de sus sentencias: "Dios te libre de un toro bravo". Dámaso no se amilana. Allí está. Magistral, sincero, poderoso, cabal y, sobre todo, generoso. Da todas las ventajas a su oponente. Tandas largas, seis y siete muletazos, por ambos lados. El toro no se cansa de embestir, ni el torero de torear. Dámaso se ha salido de su papel. No busca su lucimiento en los terrenos del toro, donde se encuentra tan a gusto. Todo lo contrario. Le da distancia y ventajas. La faena es redonda. La comunión entre toro, torero y público es total. Tanto, que algunos comienzan a pedir el perdón de la vida de tan bravo animal. La petición se extiende como una mancha de aceite.

El ganadero, verdadero almiquista de la bravura, es consultado. Da su consentimiento. La vida vence a la muerte. Gitanito, el bravo toro, es indultado. El maestro, por quien no pasa el tiempo, ha escrito una página de oro en la historia. El primer toro indultado en una plaza de primera categoría con el nuevo reglamento. Para ello se tuvieron que aunar el temple y la bravura.

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