Un hemisferio en sombras
Fue Lord Verulam, el brillante y ominoso Francis Bacon, quien dio comienzo a la deportación de mendigos al otro lado del Atlántico. Mediaba el siglo XVI, y comenzaba así la Modernidad, la racionalización de recursos, entre los cuales se encontraba ya la masa humana e indistinta. Antes había ocurrido la tala de los bosques, y el fin del alimento y el cobijo (el arbolado mito de Robin Hood) que propiciaban las vastas arboledas que cubrieron Europa. En Mala noche, pues, la profesora Canterla viene a hablarnos de este principio irracional de la Razón, cuando lo humano se transforma en útil, en cuerpo disponible, en material expuesto. A partir del Renacimiento, y singularmente a partir del XVIII, hay una vertiente oscura de la Ilustración que pontifica y ordena la desdicha de los hombres.
No en vano, el subtítulo de este ensayo, digno merecedor del Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2009, es tan revelador como contradictorio: El cuerpo, la política y la irracionalidad en el siglo XVIII. Canterla sigue aquí la atormentada senda que iniciaran Nietzsche, Bachelard, Bataille, Michel Foucault o el meritorio esfuerzo de Corbin, Courtine y Vigarello en su foucaltiana Historia del Cuerpo. Ya fueran los ilustrados de la Pérfida Albion, ya fuera el saber empelucado y doctrinario del continente, era la ciencia, el saber, el aquilatado prejuicio, quien parceló y dictaminó la diferencia entre humanos. De este modo, el principio universal de la igualdad entre hombres, se veía matizado por la diferencia de razas, de clases, de morfologías, cuya similitud con las tesis del sueco Linneo, con su arboladura intelectiva, era tan arbitraria como obvia. Gracias a la ciencia, a la nefrología de Gall, a la fisiología de Lombroso, al conocimiento de otras geografías exóticas, tanto la mujer, como el pobre, como la negritud (o el Oriente todo, que englobaba y engloba a medio planeta), se decretaba la inferioridad de razas y especímenes, cuyo influjo es hoy todavía patente.
Este colosal equívoco, basado en la razón, y no contra ella, es lo que Canterla viene a fundamentar con rigor, a elucidar por lo menudo, como antes hiciera Foucault en Sobre la Ilustración o en su estupenda Vida de los hombres infames. Darwin o Lamarack no eran, no podían ser ajenos a este equívoco. Tampoco el Rousseau del buen salvaje. Quiere decirse que con la Razón, en cierto modo, vino una impensada condena de lo extravagante, de lo singular, de lo asombroso; y suma, de la vida y su esplendor, del populoso orbe de lo inclasificable.
Cinta Canterla. Fundación Lara. Sevilla, 2009. 320 páginas. 25 euros.
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