Cultura

Un estudio defiende que el Califato Omeya fue "un Estado" por su complejidad

  • El historiador Eduardo Manzano publica 'La Corte del califa. Cuatro años en la Córdoba de los Omeyas', editada por Crítica, donde analiza el periodo de máximo esplendor de al-Hakam

Panorámica de Medina Azahara, la ciudad califal de los Omeyas.

Panorámica de Medina Azahara, la ciudad califal de los Omeyas. / Jordi Vidal

El Califato de Córdoba “fue un Estado con todas sus letras”, dispuso de una administración centralizada, de una “gran concentración de talento intelectual” y su capital fue la mayor ciudad de Occidente en el siglo X, según Eduardo Manzano Moreno, quien descarta que el esplendor omeya fuese un mito.

La fama de la Córdoba omeya llegó a Alemania, donde una monja dijo aquello de que Córdoba era “la perla del mundo”, asegura el historiador Manzano Moreno, profesor de Investigación en el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y autor de La Corte del Califa. Cuatro años en la Córdoba de los Omeyas (Crítica).

Esos cuatro años son los que van de 971 a 975, según Moreno Manzano, “los del más alto esplendor del Califato y en los que el califa ejerce tanto el poder como la autoridad y la legitimidad religiosa, con el control de la fiscalidad, el ejército y la administración general”.

La principal fuente para escribir este estudio ha sido un fragmento de una crónica que recoge los anales de esos cuatro años y suponen “un relato muy detallado” en 130 folios a cargo del secretario personal del califa al-Hakam II, quien entre otras obras, acometió la ampliación de la Mezquita y las mejoras de la ciudad palaciega de Medina Azahara, que comenzó a construirse durante su juventud.

La principal fuente del estudio es un fragmento de una crónica a cargo del secretario personal del califa

La Córdoba de al-Hakam II tenía 80.000 habitantes, entre ellos numerosos juristas, médicos y astrólogos, pero también artesanos que hicieron posible las grandes obras, y Al-Ándalus era una sociedad con un gran crecimiento urbano, como el que también experimentaron durante la segunda mitad del siglo X ciudades como Sevilla, Valencia, Denia, Tortosa y Toledo.

“Mientras más se investiga, más asombra la complejidad del Califato Omeya”, confiesa Manzano Moreno al afirmar que los reinos cristianos no alcanzaron un desarrollo semejante, como tampoco lo hicieron las ciudades cristianas de Barcelona, León o Pamplona.

El califa disponía de un grupo de visires, cada uno de los cuales tenía un cometido específico con responsabilidades bien delimitadas, la administración y la fiscalidad estaban centralizadas y había un poder judicial bien definido, del que dependía, entre otras tareas, la inspección de los mercados.

“Córdoba fue una sociedad multicultural y en ese tipo de comunidades las gentes interactúan, los cristianos traducen al árabe los Evangelios y los judíos asimilan la cultura árabe”, según Manzano Moreno, quien advierte que “también existían los esclavos y las mujeres estaban excluidas de los espacios públicos”.

El historiador cree “un error” considerar que aquella convivencia o coexistencia pueda servir de ejemplo para el presente porque se trata de situaciones históricas no equiparables y porque, entonces, tanto cristianos como judíos tenían un estatus social inferior a los musulmanes.

El investigador describe la Corte del Califa como “un lugar muy ordenado, en el que todo era registrado, con protocolos muy bien establecidos; pero por debajo estaba la realidad de las luchas de poder y una Administración con muchos problemas, como el de los recaudadores de impuestos que pedían más de la cuenta”, llevados por la corrupción.

A diferencia de su padre y del posterior Almanzor, al-Hakam II optó por la diplomacia con los reinos cristianos para preservar la paz en el interior de Al-Andalus, aunque desarrolló campañas militares en el norte de África.

También fue un hombre extraordinariamente culto que poseyó una gran biblioteca con obras de autores judíos, preocupado por contribuir a la prosperidad de sus súbditos y por su sucesión, ya que, aquejado de mala salud, no pudo evitar que su hijo fuese califa siendo menor de edad, lo que supuso una irregularidad y uno de los elementos disolventes del periodo omeya, que duró casi cien años.

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