Orquesta de Córdoba | Crítica

Doble ilusión, redoblado entusiasmo

La Orquesta de Córdoba, en el concierto de presentación de la nueva temporada.

La Orquesta de Córdoba, en el concierto de presentación de la nueva temporada. / Juan Ayala

Siento una enorme simpatía por el trabajo que el maestro Carlos Domínguez-Nieto viene desarrollando con la Orquesta de Córdoba. Ignoro los pormenores, seguramente penosos, bajo los que esa tarea habrá tenido que desarrollarse en los últimos meses; e igualmente solo puedo intuir los costes anímicos que, para el director y para los profesores de la veterana formación, habrán tenido la dichosa pandemia y el desapego de las administraciones hacia la música culta. Pero sí que he percibido todo este tiempo (y muy especialmente en el concierto-presentación del sábado) la ilusión, el entusiasmo y el compromiso cada vez que la orquesta aparece ante su público

Con esos tres ingredientes, Domínguez-Nieto fue introduciendo las piezas que se interpretaron y desgranando las claves de la nueva temporada, que tiene como una de sus características la recuperación de los proyectos que no pudieron realizarse en la pasada. Uno de ellos, el de la Missa Solemnis de Beethoven, dio pie a la primera música de la velada: la Obertura para la onomástica, obra preciosa, con pasajes evocadores de escenas de caza y llena de los toques poéticos del Beethoven maduro. El título de la primera edición impresa de la obra llevaba, por cierto, esa palabra clave con la que el genial músico gustaba definir su arte: poesía. Me pareció magníficamente planteada por Domínguez-Nieto y bastante bien interpretada por sus músicos.

Igualmente bien -o incluso mejor- sonó la sinfonía de Johann Christian Bach, el "Bach londinense", como se conocía a veces al undécimo hijo del gran Johann Sebastian Bach. Especialmente bonito me pareció el segundo tiempo, un andante con sordini lleno de delicado encanto. Intentaremos no perdernos el concierto en torno a los Bach que dirigirá Johanna Soller en marzo.

La admirable obra primeriza de un Mozart de tan solo ocho años se hizo algo pesada en contraste, acaso por un acople algo vacilante de las trompas.

A continuación, dos obras que nos hicieron disfrutar: Instante de Igmar Alderete y un fragmento de Historia de un soldado de Igor Stravinsky. Igmar Alderete es, además de compositor, uno de los violinistas de la orquesta. Su obra, a la que introdujeron, quizás para la ocasión, detalles extra de humor, sonó con gran musicalidad y muchísima gracia. Y de nuevo nos hizo anotar en la agenda mental que no conviene perderse al final de la temporada la velada en que sonará también su concierto para trompeta y orquesta Mambi, a cargo del gran solista Pacho Flores.

La complejidad rítmica de Marcha real de la Historia de un soldado de Stravinsky fue magníficamente resuelta por los siete estupendos músicos de la orquesta que, junto al director, la hicieron sonar desde el fondo del escenario. Estas dos obritas consiguieron crear un ambiente intenso de disfrute musical.

La Obertura Froissart de Edward Elgar se llama así por basarse en las Crónicas de Jean Froissart, autor del siglo XIV que relata la Guerra de los Cien Años. Escrita bajo el lema de un verso de John Keats ("Cuando la caballería alzó su lanza en alto"), un Elgar aún no muy maduro musicalmente nos ofrece una obra que hoy se disfruta casi como una banda sonora de película de aventuras. La orquesta la tocó magníficamente y nos anunció con ella que para el Cuento de Navidad de este año otra obra de Elgar (las Variaciones Enigma) nos hará olvidar al avaro espíritu de las Navidades pasadas y soñar con un nuevo mundo lleno de música.

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