Susan y el diablo | Crítica de teatro

Satán y sus parientes

Una escena de 'Susan y el diablo'.

Una escena de 'Susan y el diablo'. / Vanessa Rabade

El Gran Teatro abrió su espacio para reflexionar sobre la justicia con la representación Susan y el diablo, de Chema Cardeña. La obra nos sitúa en el penal para mujeres de Chowchilla, en California. Corre el año 2008 y el periodista Paul Wilkins consigue entrevistar a una de sus reclusas más célebres: Susan Atkins, seguidora de Charles Manson y coautora junto a otros integrantes de la Familia de los asesinatos de Cielo Drive en los que murió Sharon Tate, esposa de Roman Polansky.

Tras haber pasado casi cuarenta años, la repercusión mediática y la brutalidad del crimen aún resuena en el imaginario de la sociedad norteamericana y por esta razón la hija del diablo, como ella misma se autodenominó en sus memorias, no ha conseguido la libertad condicional tras haberla solicitado en catorce ocasiones.

La entrevista con Paul y su cáncer terminal puede que sea la última oportunidad de convencer a la opinión pública de su profundo arrepentimiento y total reinserción para poder morir fuera de prisión. A lo largo de la hora que le conceden para hablar con la reclusa y bajo supervisión de Rose Mary, una funcionaria veterana que trabaja en la prisión desde el encarcelamiento de Atkins, conoceremos las motivaciones de los protagonistas.

El transcurrir de los minutos servirá para bajar al infierno personal de cada uno de ellos. Del triángulo surgido entre reclusa, periodista y carcelera se mostrarán los límites entre justicia y venganza. En un constante devenir de emociones desatadas, donde la compasión puede ser totalmente voluble, cada personaje descubrirá amargamente que en lugar de hallar algo de luz solo han conseguido descender un nivel más en su averno.

Chema Cardeña confecciona un texto espléndido que, a través de un lenguaje directo y muy coloquial, nos acerca a la profundidad de sus protagonistas. Asume también la dirección para establecer las pautas adecuadas y representarlo en su justa rotundidad.

Cuenta con el apoyo de Alfonso Barajas, que aporta una escenografía funcional, las proyecciones de Alberto Ramos, que gracias a sus flashback nos muestra espacios y protagonistas reales, la precisa iluminación de Juanjo Llorens y el espacio sonoro inmersivo de Luis Delgado. Juntos logran la ambientación necesaria para que el reparto formado por María José Goyanes, Manuel Valls y Marisa Lahoz sumerja al espectador en una atmósfera cargada de una realidad incómoda y por momentos asfixiante gracias a sus grandes interpretaciones.

La visceralidad que desatan casi les desborda en ciertos momentos y sobrecoge al tiempo que mantiene la atención de principio a fin. Un gran esfuerzo que fue recompensado con el largo y extenso aplauso del público presente en la sala.

¿Cuánto tiempo debe estar en prisión alguien para pagar por un crimen? ¿Puede la Justicia atenuar su pena en casos excepcionales como puede ser una enfermedad terminal? ¿Debemos creer en la plena recuperación de quien en su momento perpetró tales atrocidades? Quizá la Justicia y sus manuales aclaren estas dudas, independientemente a que estas decisiones sean bien o mal vistas por la opinión pública. La balanza de la Justicia puede dar respiro a unos y quitárselo a otros. Podemos ser libres y al mismo tiempo tener presa la conciencia. ¿Qué es mejor?

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