Romeo y Julieta | Crítica de teatro

Sobre el amor y el odio

Una escena de 'Romeo y Julieta' de Teatro Clásico de Sevilla.

Una escena de 'Romeo y Julieta' de Teatro Clásico de Sevilla. / Luis Castilla

Resistencia. Esa es la palabra que bien podría esgrimir el Instituto Municipal de Artes Escénicas (IMAE) al abrir de nuevo sus puertas, esta vez las del Gran Teatro, para ver representada Romeo y Julieta, última producción realizada por Teatro Clásico de Sevilla.

Cualquier persona del globo conoce aunque sea de oídas este drama universal de Shakespeare por ser uno de los más representados y versionados. El flechazo de la pareja de jóvenes amantes que provienen de familias enemistadas es la crónica de un destino fatal, ya que ningún amor por muy apasionado y romántico es capaz de atravesar la barrera del odio rancio, enquistado y trasmitido entre generaciones. Con este panorama, la historia culmina en el trágico y previsible desenlace: unos muertos por amor, otros por odio y los vivos muertos de pena.

Como casi todo el mundo sabe lo que va a pasar con un clásico, el reclamo para acudir al teatro suele recaer en el enfoque y puesta en escena. Alfonso Zurro aplica su buena mano para plantear una versión donde el amor es solo una pequeña cortina de humo que, con fragilidad, se desvanece para descubrir que el odio es el principal motor que impulsa la acción.

Traslada la escena un siglo atrás del nuestro, en los alocados años 20, con un panorama social y político en el que alegría y fiesta compartían camarote con las ideas contrarias en un barco con rumbo a una debacle inexorable.

El odio moviliza a los protagonistas y es el que realmente los transfigura. Esta idea queda totalmente plasmada en la magnífica puesta en escena, con el fantástico muro giratorio creado por Curt Allen Wilmer que representa la barrera infranqueable donde chocan los personajes.

Zurro maneja con precisión los tiempos y orquesta un equipo de actrices y actores entregado a la escena, regalando cada uno lo mejor de sí. Todos y todas destacan en sus intervenciones llenas de ritmo y frescura, quizá lo más complicado cuando el peso de la palabra del autor inglés tiene tal envergadura que puede devorar a quien lo interpreta si no es capaz de acogerlo. Una función para disfrutar de principio a fin.

Amor u odio, izquierda o derecha, blanco o negro… Parece ser que la vida nos aplica el rigor de posicionarnos en un lugar u otro. El pan de cada día se ha convertido en la pugna por ostentar la razón y suprimir al adversario. Todo parece estar dominado por una maraña de información manejada por influencers y cada vez somos menos dueños de tener criterio propio. Sigamos balando.

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