Un canto a la fe entre naranjos

El espectáculo 'La palabra de Dios a un gitano' reúne junto a la Mezquita a 3.000 personas para escuchar a El Pele, Julián Estrada, El Chaparro y Paco Serrano

Ángel Robles

22 de junio 2008 - 05:00

Flamenco más allá de la música, arte más allá de las convenciones. Reflexión, sentimiento y hondura, fe, pasión gitana en el patio de las abluciones. Esa Córdoba que se jacta de ser puente entre culturas estuvo ayer más cerca de serlo, de saltar la barrera de esa estrecha calle de agua que es el Mediterráneo, con un pie en el Occidente cristiano y otro en el Occidente lejano y misterioso de la antigua Al Ándalus. El Patio de los Naranjos era el único entorno capaz de posibilitar ese encuentro entre el presente y el pasado cultural y religioso de Andalucía, entre lo terrenal y lo divino. Y lo hizo de la mano de una obra ideada en los años 70 por Juan Peña El Lebrijano, un gitano peculiar, rubio, de ojos azules, enemigo de la ortodoxia, que abrió a principios de los setenta una enorme brecha en el centro de un arte anquilosado estrechando lazos con la música andalusí, aireando un arte atenazado por las convenciones.

El Lebrijano dio aires de libertad al flamenco, y su música -actualizada, reinventada, reinterpretada-, como no podía ser de otra manera, voló anoche sin ataduras entre los naranjos y la fe. La palabra de Dios a un gitano era uno de los platos fuertes de la Noche Blanca del Flamenco, y el público respondió en una madrugada de luna, calor y arte. Realzadas por la apertura nocturna de la Mezquita, las voces inconfundibles de El Pele, Chaparro y Julián Estrada dieron alma a los textos de Félix Grande con el apoyo de un cuarteto de cuerda, inventando así una música mestiza de verdad -creada antes de la expansión de este cliché-, capaz de hermanar credos y culturas.

El Patio de los Naranjos revistió de alma el espectáculo, un montaje exclusivo para una noche de insomnio, un acto de fe intensa que se abrió con los ecos morenos de El Pele. Expresión dramática de sentimiento, su quejido puso palabras al Sermón de la montaña, un enorme romance acompañado por una orquesta de percusión y cuerda que fue seguido por cerca de 3.000 espectadores. "Bienaventurados los pobres del mundo, porque de ellos será el reino de los cielo", dijo El Pele sobrio, rotundo, con los brazos abiertos y aires mesiánicos, al inicio del espectáculo. "No juzguéis para no ser juzgados, que con la misma medida con que juzguéis, seréis juzgados. El mundo se quema", cantó el artista de San Lorenzo, intimista, entre sombras y naranjos. El pontanés Julián Estrada y El Chaparro también deslizaron su hondura entre los acordes de la guitarra de Paco Serrano. "La Noche Blanca es una idea novedosa, lo más positivo que se ha hecho en los últimos años en esta ciudad para realzar este arte", alabó el guitarrista antes de subirse al escenario.

El flamenco es hedonismo, pero también profundidad, hondura. Es diversión. Y es fe. Lo del Patio de los Naranjos fue entrega, pasión, desgarro. Y el duende del que hablan los flamencos para describir todas estas sensaciones contenidas sobre un escenario en el que se sucedieron martinetes, peteneras, bulerías, seguiriyas o fandangos. Tal era la expectación generada que entrar al patio de la Mezqutia-Catedral fue una tarea ardua debido a las enormes colas que se formaron.

Los primeros consiguieron sentarse en las pocas sillas habilitadas ante el escenario, pero muchas otras personas -cientos- tuvieron que hacerse hueco entre los naranjos para seguir el espectáculo, que comenzó con problemas de sonido y que fue depurándose conforme avanzó. "Habrá momentos muy especiales, sobre todo al final", avanzaba El Pele minutos antes de empezar, mientras revisaba los textos y se ajustaba el vestuario blanco. Cuarenta minutos más tarde, acompañado en unos tangos por Julián Estrada y El Chaparro, se comprendía la verdad rotunda de sus palabras.

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