Torear en películas delirantes

Adrien Brody es Manolete en la película de Menno Meyjes.
Alfredo Asensi

25 de agosto 2012 - 05:00

Drama, España/Reino Unido, 2007, 92 minutos. Dirección: Menno Meyjes. Guión: Menno Meyjes. Música: Javier Limón. Fotografía: Robert Yeoman. Intérpretes: Adrien Brody, Penélope Cruz, Santiago Segura, Juan Echanove. El Tablero.

El desencuentro entre el cine y los toros ha estimulado análisis, comentarios y explicaciones de diversa naturaleza. Agustín Díaz Yanes, conocedor de ambos mundos, ha anotado en alguna ocasión que hacer una buena película de toros es casi imposible: la razón es que "en el cine todo es mentira y en los toros todo es verdad". La idea es interesante, pero el cine se ha acercado con gran fortuna a otras manifestaciones que pueden plantear similares impedimentos (el boxeo, por ejemplo). Hay algo más, sin duda, quizá la dificultad de reflejar en un relato de ficción la dimensión antropológica y cultural de la fiesta, de condensar los elementos folclórico/populares en enfoques que no resulten empobrecedores, de solucionar satisfactoriamente los desafíos que conlleva la presencia del animal. Todo ello aflora en Manolete, pero no en su calidad de obstáculos mayores que han malogrado proyectos de perfil más modesto sino como accesorios que completan la extensa red de carencias de una película que, más allá de prolongar el divorcio entre cine y toros, aporta fundamentos para los que consideran el cine un arte agotado en el que sólo a partir de la explosión tecnológica es capaz de generar discursos seductores para un público que desde hace rato tiene la sensación de que ya lo ha visto todo.

Así, curiosamente, se manifiesta Manolete ante sus íntimos Guillermo y Camará (Juan Echanove y Santiago Segura, aquí profesionales para lo que haga falta) antes de entrar a matar a Islero. "Ya lo he vivido todo", dice el cordobés (a quien el relato presenta atrapado en el doble amor homicida del toro y la mujer), después de hacer el amor con el animal en la tarde de Linares, con ella en la cabeza (montaje paralelo bélico-sexual que, a la inversa, pero con la misma tenacidad ridícula, recuerda el del final de Munich, de Steven Spielberg), el sufrimiento en el corazón y la muerteen la mirada. Manolete, se nos dice aquí, va a la muerte como quien conoce su destino y lo afronta con hombría, con resignación, con despecho, como consecuencia última o primera de un amor sísmico, como quien ya no tiene capacidad para el desafío, para la lucha ni para la emoción. Lupe Sino (en modo femme fatale con sentimientos) se dirige en coche a Linares, llorando porque sabe lo que va a pasar.

La secuencia de la cogida y la posterior de la agonía coronan la cinta a modo de resumen de todos sus desvaríos. El nivel de pobreza en la construcción de los personajes es similar al que presentan las líneas de diálogo, especialmente los que se desarrollan entre los dos protagonistas (el doblaje, por cierto, contribuye al estropicio), pero todo se ve superado por la dinámica que adopta la película para explicar, mostrar, subrayar y evidenciar la tragedia de Manolete, que "desafió a la muerte como un dios" pero "sucumbió al amor como un hombre". Parloteo, solemnización y repetición por si no lo habían captado son las estrategias de que se vale Menno Meyjes para contarnos la verdad del torero, su condición de personaje escindido, doliente, sangrante, irreparablemente trágico, todo él marcado por un fatalismo muy español, víctima de un mundo en el que su pureza no sabe hallar un espacio que no resulte opresivo.

De un biopic de estas características se puede (y quizá se debe) esperar una triple expansión: la sociohistórica, la cultural y la personal. En Manolete, la primera casi no comparece (lo poco que se anota tiene una funcional textura televisiva: de sobremesa, claro); la segunda, la que apunta directamente a la disciplina en la que Manolete se convierte en un referente, queda ahogada por el desconocimiento y la superficialidad; la historia apuesta decididamente por la tercera, con pretensión de hondura en el dibujo de un hombre complejo (sensible pero también visceral, tímido, inseguro, autodestructivo, madrero, cocainómano) de latente carga trágica (una tragedia transversal y literaria: decimonónica, claro) que se dispara al contacto con el fuego de la pasión carnal. Y la cosa se completa con aspectos que se incrustan como por obligación, de cualquier manera, que no se nos pase esto (la ideología de Lupe Sino, por ejemplo).

Manolete, su verdad humana, sus contradicciones, sus debilidades, su gloria y su tragedia, su vida siguen inéditos en el cine. Aquí, con un montaje a pellizcos que actúa como constatación de la caótica producción del filme, se cuenta simplemente la historia de alguien a quien se le hace compartir nombre, rasgos físicos y algunas circunstancias con el torero de Santa Marina.

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