Sigur Rós y el disco de la felicidad
Recopilaciones al margen, algunas tan notables como 'Hvarf/Heim', la banda islandesa edita su quinto álbum
Aún cercano el eco de ese doble recopilatorio repleto de rarezas (Hvarf/Heim, 2007), Sigur Rós vuelve a la carga con un nuevo álbum de título francamente impronunciable, Með Suð I Eyrum Við Spilum Endalaust, traducido al inglés, según el socorrido auxilio de allmusic.com, como With a Buzz in Our Ears We Play Endlessly. O lo que es lo mismo, Con un zumbido en nuestros oídos jugamos sin fin.
Algo de juego, en cualquier caso, tiene esta quinta entrega larga, descontando curiosidades tan sabrosas como el recopilatorio antes mencionado; aquel otro de remezclas de Von (Recycle Bin, 1998) o el EP con las piezas creadas para coreografías de Merce Cunningham, Ba Ba/Ti Ki/Di Do (2004).
Su propia portada, la foto de cuatro personas desnudas que saltan el quitamiedos de una autovía para correr por ella, induce la evocación de un hecho liberador, la sensación de dejar algo atrás, de abandonar alguna cosa que no se desea, para ir libres de ataduras en busca de algo nuevo.
En estos momentos desconozco si tan atractiva imagen corresponde a la fotógrafa Eva Vermandel o al realizador Nicholas Abrahams, implicados ambos en un documental sobre el proceso de grabación del álbum que servidor no ha tenido aún la suerte de ver, pero remarca con indudable acierto, en cualquier caso, aquello que luego vamos a encontrar en el disco.
¿Tanto cambia Með Suð I Eyrum Við Spilum Endalaust respecto a sus predecesores? Pues sí y no. Las señas de identidad del cuarteto siguen presentes aquí: el uso recurrente de la cuerda en la creación de pads atmosféricos; los crescendos guitarrísticos que primero dosifican y luego liberan la tensión con efectos arrolladores; el paisajismo melancólico, bucólico; la dulcificadora voz de Jon Thor Birgisson... Y sin embargo el nuevo impulso, un ánimo se diría que hasta la fecha casi inédito en la brillante discografía de la formación islandesa, se hace patente ya desde el primero corte, Gobbledigook, con sus percusiones, palmas y aires de canción tradicional, y se refuerza con la luminosa y festiva melodía de Inní Mér Syngur Vitleysingur, apoyada en piano y xilofón y codificando el que probablemente sea hasta hoy el más directo acercamiento al pop por parte del grupo. Acercamiento, en todo caso, particular y efectuado, claro, desde el universo estético propio que Sigur Rós ha venido conformando desde sus ya lejanos comienzos.
La sensación de euforia se atempera luego con una serie de cortes en los que ganan especial protagonismo las guitarras acústicas o el piano -Góðan Daginn, Með Suð Í Eyrum, Illgresy, Fljótavík...-, pero sin llegar a despejar la evidencia de que, en esta ocasión, la banda de Reykjavik ha meditado una estrategia de cambio y que, a la vista de los resultados, esta le ha salido perfecta. Otro disco enorme.
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