Crítica de Cine

Sarna con gusto...

Desde que en 2007 Michael Bay llevó a la pantalla a estos puñeteros y ruidosos cacharros (Transformers) el buen señor ha reincidido cuatro veces: en 2009 (Transformers: la venganza de los caídos), 2011 (Transformers: el lado oscuro de la luna), 2014 (Transformers: la era de la extinción) y ahora en este 2017 de nuestras culpas (Transformers: el último caballero). Como a Bay solo hay que agradecerle en el terreno del cine-disparate entretenido La Roca (1996), que verdaderamente contribuyó al desarrollo del nuevo cine de acción y se beneficiaba de un impagable Connery como fantasma envejecido del verdadero y único James Bond, y en el del cine de mayores ambiciones sólo Dolor y dinero (2013), siendo olvidable el resto de su producción, estas dos únicas películas no le absuelven de otros mamotretos y sobre todo de haber perpetrado el quinteto de los Transformers.

Tiene su público, claro: de no ser así no estaríamos ante la quinta entrega. Pero es el público que es y tras cinco experiencias debe de estar incluso algo sordo. Porque, ¡qué ruido! Es lo peor de esta franquicia. No lo absurdo de los guiones, no que se remonte al rey Arturo y a Merlín (al desdichado está a punto de caerle encima algo mucho peor: la versión de Guy Ritchie que se estrena esta semana), no el hartazgo de la chatarra que toma diversas formas, no la dependencia servil de los efectos especiales, no el desperdicio de Anthony Hopkins… Todo esto podría ser medianamente soportable si no se le añadiera el estruendo producido por estas máquinas mutantes o transformistas. El único consuelo es que aquí termina la serie. Aunque amenaza eso que llaman spin-off (prolongación a través de una trama o personaje secundario). Resignación.

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