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La editorial Renacimiento recupera una de las obras fundamentales del filósofo cordobés Maimónides, Guía de descarriados, conocida también como Guía de perplejos, en la que hace una conciliación entre razón y fe. La obra, escrita hacia el año 1190, tuvo una gran influencia tanto en el mundo musulmán como en la escolástica.
Esta edición de Renacimiento subsana los errores históricos relacionados con la biografía de Maimónides y amplía "otras parcelas de su vida desconocidas para el público lector", según el prologuista, Marciano Martín Manuel. Además incluye una nota a la edición en la que se analiza "el contexto histórico en el que se desarrolló la publicación del libro, así como el movimiento filojudío que se respiraba en los prolegómenos de la España republicana, a comienzos de 1931".
En Guía de descarriados, Maimónides trata de armonizar los fundamentos de la religión judía con el racionalismo aristotélico y averroísta como una forma de acercarse a Dios. Asimismo, Martín Manuel explica que con este tratado filosófico "pretendía dar una respuesta intelectual al conflicto espiritual, a la perplejidad, en la que naufragaron los judíos medievales".
El primer objetivo de esta obra era "guiar los pasos del judío creyente practicante de la ley hebrea que había estudiado filosofía, y se sentía agitado y perplejo porque su concepción religiosa había colisionado con los postulados filosóficos", según figura en el prólogo de la edición de Renacimiento.
En su origen, Moshé ben Maimón dirigió Guía de descarriados a su discípulo, el ceutí rabí Josef ibn Aknin, que viajó hasta Fostat, en El Cairo, para conocer al cordobés y mantuvo contactos con su maestro. Cuando se trasladó a Alepo, Maimónides continuó su enseñanza vertiendo su pensamiento al papel y se lo envió a su amigo. Por eso, en segundo lugar la finalidad de la obra era "revelar las claves esenciales" que permitieran a Josef ibn Aknin "interpretar el lenguaje alegórico de las revelaciones proféticas y el significado de sus visiones".
El maestro cordobés utilizó las parábolas y las alegorías en Guía de descarriados para disfrazar el mensaje que quería revelar. Así, sólo los más instruidos podrían alcanzar la verdad, los enigmas proféticos, mientras que los menos capacitados conocerían sólo fragmentos de conocimiento.
El filósofo pedía al iniciado en su obra que "no incurriese en interpretaciones maniqueas de su discurso, ni pusiese en su boca aserciones que nunca había enunciado", según el prólogo; de lo contrario "me devolvería mal por bien", decía Maimónides.
El maestro decidió revelar en esta guía "algunas materias secretas sobre las cuales ninguno de sus correligionarios compuso libro alguno, aun sabiendo que podía infringir la ley divina".
Precisamente ese fue uno de sus grandes temores. "Maimónides pensaba que cuando se actuaba en nombre de Dios estaba permitida la transgresión, siempre que no se desviase de los preceptos sagrados del judaísmo", manifiesta Martín Manuel.
Uno de los principales puntos de controversia con sus contemporáneos fue la interpretación del relato divino de la creación. El prologuista aclara que "principalmente se granjeó la enemistad de los teólogos de las tres culturas, los cuales eran hostiles con la disciplina filosófica, y le acusaron de desviar al creyente de la vereda religiosa".
El maestro cordobés siempre mostró una actitud conciliadora pero "no podía contentar a los rabinos que permanecían varados en la ortodoxia, algunos de los cuales le excomulgaron", y también "la intransigencia de los monjes católicos condenó sus libros a la hoguera en Montpellier". Después de su muerte "su obra siguió concitando detractores y admiradores en Oriente y Occidente, lo que resalta su valor ecuménico".
Martín Manuel expone que antes de fallecer, Maimónides revisó su magna obra. El texto que ha llegado hasta nosotros procede de la traducción francesa que hizo el orientalista Salomón Munk y tradujo al español José Suárez Lorenzo, detrás de la que estaba el financiero judío Ignacio Bauer.
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