Feria Taurina de Córdoba

Poca bravura para tanta torería de Finito y Morante

Finito de Córdoba escribe una página de oro con el capote. Finito de Córdoba escribe una página de oro con el capote.

Finito de Córdoba escribe una página de oro con el capote. / Miguel Ángel Salas

Triste el espectáculo vivido en el Coso de los Califas. La podrida corrida de Juan Pedro Domecq se encargó de dar al traste con todo. La expectación era máxima. El público que se sentó en los tendidos tenía ganas de toros, de disfrutar de una tarde que tuvo unos prolegómenos emotivos. Los toreros estuvieron tremendamente dispuestos durante toda la tarde. Pero poco a poco las tinieblas fueron haciéndose presentes. La tarde quedó nublada, obscura, triste. Todo había quedado en un deseo. En lo que pudo ser, y no fue.

Las reses lidiadas se encargaron de romper todo. Toros huecos, ayunos del carácter que le hacen ser únicos, vacíos por dentro. Sombras de lo que debe de ser un toro que combate por su vida. Toros armónicos de presentación y bonitos por fuera, pero por dentro podridos en lo más elememental de su carácter. La bravura. La ganadería de Juan Pedro Domecq ha vuelto a dar al traste con una tarde de fuste. Seguro que no será la última. Cuenta con el plácet de los profesionales y de quienen manejan los entrebastidores del toreo y, pase lo que pase, cada vez más para mal, y menos para bien, continuará ocupando un lugar de privilegio y detrimento de otras ganaderías, en mejor momento, que permanecen arriconadas y olvidadas de aquellos que gobiernan el toreo. Los toros de Juan Pedro Domecq ya no son una garantía de triunfo.

La tarde tuvo unos prolegómenos emotivos. Al romperse el paseíllo, y tras guardarse un minuto de silencio en memoria de Joselito, una cerrada ovación obligó a Finito de Córdoba a saludar. El público no ha olvidado aquel día 23 de mayo de 1991, cuando tomó la alternativa. Su público, su afición, su pueblo, le recordó la efeméride y le obligó a saludar montera en mano, invitando el torero paisano a compartir los aplausos con su compañero de cartel.

Finito de Córdoba estuvo muy dispuesto toda la tarde. Su concepto del toreo, clásico, artista y ortodoxo, se ha añejado con el tiempo. Así lo puso de manifiesto durante toda la tarde, pero se topo con tres animales imposibles para el lucimiento.

En su primero, un animal que tuvo peligro sordo, que no se definió jamás durante toda la lidia y reservón, estuvo solvente. En algún momento logró algún muletazo de trazo y belleza, pero el toro se encargó por sí solo de dar al traste con todo, estando el espada cordobés muy por encima de tan pobre oponente.El último que lidió, quinto de la tarde, fue otro toro vacío de todo. Juan Serrano estuvo no obstante muy centrado con él, consiguiendo hilvanar una faena compuesta, a ratos preñada de plasticidad y belleza, pero muy a la contra por las condiciones del toro.

El Cordobés saluda a Morante. El Cordobés saluda a Morante.

El Cordobés saluda a Morante. / Miguel Ángel Salas

El suceso, aquel que marcará a los que lo vieron, acaeció en el tercero. Un animal engatillado de cuerna, que tuvo una salida vivaz y con fijeza. Finito lo esperó junto a tablas, concretamente en terrenos del 4. La planta erguida como un ciprés. El gesto hierático. El capote, suelto, ligero, sin apresto y con tacto de seda, se abrió en sus manos. En el encuentro con el bruto aquella tela se movió ligera y dibujó en el aire un trazo como si del pincel de Romero de Torres se tratara. El animal repitió el viaje y de nuevo se encontró con el trazo fuerte, y a su vez aterciopelado, del capote. Presumido, aque así se llamaba el burel, se enamoró de la tela rosa y la acometía con celo.

Finito de Córdoba la mecía con gusto, atrayendo al toro, que como embrujado quedaba cosido al paño cada vez más. Fueron lances bellos, de gran plasticidad y estética. Lances a la verónica elevados a la máxima expresión. Entre capotazo y capotazo, el torero iba ganando terreno, paso a paso, lance a lance. El arte del toreo estaba presente sobre el albero de Los Califas. Los remates fueron soberbios. Las medias verónicas fueron sublimes. La gente vibraba, se llevaba las manos a la cabeza, otros gritaban embargados por la emoción. Finito erigió un monumento al toreo con el capote. Un momento que será muy difícil de borrar de las retinas que los que tuvieron la dicha de presenciarlo. Algo que, por su magnitud, no quedará en lo efímero. Lo visto ayer no se olvida.

Luego pintaron bastos. Tras un tercio de banderillas en el que sobresalió Rafael Rosa, que tuvo que saludar, Finito brindó el trasteo a Manuel Benítez el Cordobés. La emotividad otra vez se hizo presente. Finito estaba dispuesto a culminar su obra, pero el toro ya había vaciado lo poco que tenía dentro. Una tanda pulcra y sentida con la diestra y poco más. El animal, muerto en vida, terminó echándose sobre el albero. Todo quedó en la nada, pero un capote de seda aún flotaba en el ambiente.

Morante recibe a uno de sus toros con el capote. Morante recibe a uno de sus toros con el capote.

Morante recibe a uno de sus toros con el capote. / El Día

Morante de la Puebla tiene a Córdoba como una de sus plazas talismán. Es un coso donde se siente cómodo. Sus partidarios se desplazan desde Sevilla. También en la ciudad de Los Califas cuenta con legión de seguidores. Morante quiere a Córdoba y Córdoba también quiere a Morante. El de la Puebla estuvo entregado durante toda la tarde, con ganas y deseoso de agradar. Pero los toros dieron al traste con sus ilusiones. Se gustó con la capa en su primero, destacando una media preciosista. Brindó al empresario y cuajó una faena pinturera y plena de la escuela sevillana. Clasicismo con sabor a otra época del toreo. En los otros dos, ya con la tarde muy venida abajo, solo pudo dejar algún detalle pinturero. Los juampedros se encargaron de echar todo por tierra. Ya lo dijo El Guerra: “Lo que no pue ser no pue ser, y además es imposible”.

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