Cultura

Mateo Inurria: 150 años

  • El escultor, uno de los grandes de su tiempo, nació hace un siglo y medio en Córdoba, que hasta el momento ignora la efeméride

  • Combinó la tradición figurativa con nuevos vectores

'Un náufrago' (1890), obra del Museo de Bellas Artes de Córdoba.

'Un náufrago' (1890), obra del Museo de Bellas Artes de Córdoba. / el día

No llegó a cumplir los 57 años, pero lo que hizo en ese tiempo fue suficiente para que sea recordado como uno de los grandes escultores españoles de su época. Mateo Inurria mantuvo el pulso de la tradición figurativa, a la que enriqueció con elementos procedentes de las coordenadas estéticas del cambio de siglo. El grueso de su obra descansa en el Museo de Bellas Artes de Córdoba, la ciudad donde nació hace 150 años y cuya principal escuela de arte lleva su nombre. A día de hoy, ninguna institución ha realizado o anunciado algún tipo de actividad en torno a la efeméride, una circunstancia que contrasta con la magna exposición de la que fue objeto en 2007, por su 140º aniversario.

Mateo Inurria Lainosa, que vino al mundo el 25 de marzo de 1867, inició su formación en el taller de escultura de su padre y en la Escuela Provincial de Bellas Artes de Córdoba, de la que llegó a ser profesor y director. En 1884, gracias a una beca de la Diputación Provincial, comienza sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, que se prolongarán durante tres años. Posteriormente, gracias al apoyo económico de la Diputación, viaja a Italia y a París. A partir de 1890 presenta a las Exposiciones Nacionales obras en las que, como subraya la biografía que maneja el Museo del Prado, "las características formales de la escultura decimonónica se combinan con cierta preocupación social". Una muestra de ello es su yeso La mina, con el que ganó la primera medalla en la edición de 1899. En 1890 había propuesto Un náufrago, que forma parte de los fondos del Bellas Artes y que fue considerada por el jurado un vaciado del natural. En 1913, después de años de cierto encierro cordobés en los que inicia su labor docente, se instala en Madrid, donde realiza una serie de desnudos de gran simplicidad formal y pureza de líneas que le convierten en uno de los precursores de la renovación de la escultura española del siglo XX. Con Forma recibe la medalla de honor en la Exposición Nacional de 1920. También acomete monumentos públicos, como el dedicado a Lope de Vega (1902), el del pintor Rosales (1919-1922), ambos en Madrid, o el del Gran Capitán, en Córdoba (1923), que ocupa el centro de la plaza de las Tendillas. En 1922 ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

El Prado y el Reina Sofía son algunos de los museos que cuentan con obras del cordobés, que ha sido estudiado, entre otros, por Bernardino de Pantorba, Francisco Zueras y el profesor titular de Historia del Arte de la Universidad de Córdoba Ramón Montes, que a comienzos del presente siglo halló entre el material de Inurria conservado en el Bellas Artes su correspondencia con Auguste Rodin, a quien acompañó en su visita a Córdoba (junto a Ignacio Zuloaga) de 1904.

La figuración no tuvo secretos para Inurria, en cuya obra se advierten, entre otras travesías, un vector naturalista y una línea de sensualismo. También hay anotaciones modernistas y simbolistas.

Montes sostiene que la proyección del "mejor escultor contemporáneo de Córdoba" fue "eclipsada intencionadamente" por "los que han controlado la imagen artística" de la ciudad: "la familia Romero de Torres". El alcance de su legado también se vio perjudicado por el hecho de que no tuviera hijos. Las obras que quedaron en posesión de su viuda fueron adquiridas por el Ayuntamiento y el Museo de Bellas Artes a comienzos de los años 40, tras largos trámites. Hubo un proyecto de crear un museo con su nombre que no se llevó a cabo.

La exposición de 2007, Mateo Inurria y la escultura de su tiempo, presentó en varias sedes 76 obras suyas y 41 de artistas coetáneos. Dibujos, bocetos y fotografías aliñaron una muestra que tuvo como comisarios a Jaime Brihuega, que afirmó entonces que las "formas turgentes" de Inurria rozan lo ideal porque "invitan a gozarlas con nuestros sentidos", y Javier Pérez Segura.

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