Jack Nicholson, un icono de Hollywood

Dennis McDougal firma una biografía sobre un actor perfeccionista y alocado

Jack Nicholson ha regalado magistrales interpretaciones.
José Abad

20 de junio 2010 - 05:00

Podríamos comenzar la historia de Jack Nicholson, a la manera de la prensa sensacionalista, con una de esas revelaciones que abren la boca de la concurrencia y escandalizan a las mentes biempensantes. Su padre -o quien se presentaba como tal-, un borrachín inofensivo, además de un perfecto inútil, habría abandonado el hogar siendo él un crío, y el pequeño Jack (nacido en 1937, quizás en 1938) creció casi como un huérfano, junto a la madre y dos hermanas. Tiempo después, ya adulto, el actor descubrió que su hermana mayor June era en realidad su madre biológica, y que debió llamar "abuela" a quien había estado llamando "mamá" todos aquellos años (de su padre biológico sólo conocerá vagos indicios). Para cuando destapó el pastel, la vida le había enseñado a no amilanarse. En Jack Nicholson. Biografía (T&B Editores), Dennis McDougal lo presenta como un luchador nato: "Nació bastardo, llegó sin pedigrí [a Hollywood]. Jack ganó, negoció, robó, rescató, sedujo, maximizó, arañó y afanó todo lo que tuvo en su vida, y luego luchó a brazo partido para conservarlo".

Comenzar desde abajo, aseguran, templa el carácter. Pues bien, él no pudo empezar más abajo. Entró en la Metro Goldwyn Mayer a los dieciséis o diecisiete años en el departamento de Dibujos Animados, como chico de los recados; entre sus cometidos estaba que no le faltara nunca un lápiz a ningún dibujante. La MGM echó el cerrojo a dicho Departamento en 1956, pero para entonces el joven Jack ya alimentaba el gusanillo de la interpretación. Recorrió el Vía Crucis habitual de todo aspirante a actor: pruebas de castings, portazos en las narices, precariedad, trabajos de comparsa, algo de televisión, etc. También esto curte. Y un día, llovido del cielo, un papel protagonista como delincuente juvenil, un joven rebelde en la estela de sus admirados Marlon Brando o James Dean, en una película que pasó desapercibida para todo dios, The Cry Baby Killer (1958). La piedra, por fin, había echado a rodar. Nicholson entró en la pandilla del destajista Roger Corman, especializado en producciones baratas, rodadas con tanta precipitación como falta de prejuicios, concebidas para rentabilizar un equipo aún bajo contrato unos pocos días, o un decorado abandonado, o material descartado de otras realizaciones.

A partir de aquí, y hasta nuestros días, Nicholson se ha presentado al mundo como un perfecto Dr. Jekyll y Mr. Hyde: de un lado, el profesional perfeccionista e inquieto; de otro, el tarambana que gusta de colocarse a base de hierba o ácido, según la ocasión, y saltar de una cama a otra según un implacable "Aquí te pillo, aquí te mato". Por una parte, además de actuar, Nicholson comenzó a escribir sus propios guiones y a involucrarse en la elaboración de varias rarezas inclasificables; ahí están los dos westerns que co-escribió, produjo y protagonizó para Monte Hellman, El tiroteo y A través del huracán, ambos de 1965. Por otra parte, entró en un sarao perpetuo del que, a día de hoy, no se decide a salir. Dennis McDougal cuenta una anécdota ilustrativa de esta naturaleza dual: durante el rodaje de Buscando mi destino (1969), para entrar en situación, Dennis Hopper, Peter Fonda y Nicholson se fumaron un centenar de porros antes de filmar cierta escena (105 porros, para ser exactos); cuando les tocó rodar, mientras Hopper y Fonda se dejaban inspirar por el flipe, Nicholson se empeñó en decir sus diálogos tal cual estaban en el guión. Fue esta película, precisamente, la que lo lanzó al estrellato.

Si en los 60 se había movido en la periferia del sistema, consiguiendo sólo algún contrato ocasional para los grandes estudios, en la década siguiente Jack Nicolson ocupó el centro de las miradas. De la noche a la mañana, todos lo querían en sus repartos y pasó de aceptar cualquier cosa a rechazar papeles estelares en El padrino o Encuentros en la tercera fase. Cuando intervino en el estrafalario westernMissouri (1976), su caché estaba a la altura del de su compañero de cartel, el mismísimo Marlon Brando; esto es, 1,25 millones de dólares más el 10% de la recaudación bruta una vez el filme recuperara la inversión inicial. Missouri, con todo, no se cuenta entre las elecciones más felices en una década que abunda en ellas, baste señalar Chinatown (1974) de Roman Polanski, una espléndida muestra de cine negro a la vieja usanza; El reportero (1975) de Michelangelo Antonioni, una muy oportuna incursión en el tema del doble; Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) de Milos Forman, que se llevaba los conflictos sociales al interior de un manicomio; y El resplandor (1980), el cuento de miedo realizado por Stanley Kubrick a partir de la mediocre novela de Stephen King.

Firmemente instalado en el firmamento hollywoodiense, el actor ha ido dándonos un poco de todo, una de cal, otra de arena, participando en varias excelentes películas, y en otras olvidables, según se dejara llevar por su lado talentoso o su lado zascandil. Su ductilidad es llamativa. Jack Nicholson sabe economizar tan bien como despilfarrar y, pese a cierta tendencia al desmelene, a menudo se decanta por registros minimalistas, menos espectaculares, pero más interesantes. En plan desmadrado ha ofrecido actuaciones pasadas de rosca y portentosos tours de force; en Batman (1989), por ejemplo, en las vestes del Joker, arrebató limpiamente el protagonismo al Hombre Murciélago. En plan contenido ha acometido sugerentes papeles en títulos como La fuerza del cariño (1983) o El juramento (2001). Todo ello sin abandonar los circuitos de sexo, droga y rock & roll en donde ha cosechado tantas o más condecoraciones que como actor. En 1994, en declaraciones recogidas por Dennis McDougal, Nicholson habría dicho: "Mi lema profesional es: 'Todo cuenta', y mi lema personal: 'Disfruta". Así ha sido. En cincuenta años de profesión, Jack Nicholson ha conseguido revalidar su estrellato en aquellos momentos de recambio generacional que llevaron al desguace a otros coetáneos (Robert Blake, Bruce Dern, James Caan) y ha aguantado el tipo en una coyuntura que está transformando Hollywood en un parque temático. McDougal transcribe otras declaraciones sin desperdicio: "Si en negociar un proyecto se tarda nueve meses y en escribir un guión tres semanas -dijo Jack Nicholson-, no hay ni que preguntar cuál es el problema de la industria del cine".

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