Frenesí de tangos y bulerías copando la Corredera

Capullo de Jerez, el pasado sábado en el Festival Flamenco de Córdoba.
Baldomero Pardo

19 de mayo 2014 - 05:00

Cante: Capullo de Jerez, Jesús Méndez, Rocío Segura, El Claus y Verónica Moyano. Toque: Diego Amaya, Pepe del Morao, Patrocinio hijo y Miguel Aguilar. Palmas: Juan Flores, Tequila, Diego Montoya, Manuel Salado, Luis Dorado, Laura Murillo, Samuel Raya y Rafael del Mora. Baile: Jorge del Pino. Percusión: José Rubichi, Javier Rabadán y Maswel. Flauta: Ana Gutiérrez. Fecha: sábado 17 de mayo. Lugar: plaza de la Corredera. Lleno.

Contar en un encuentro flamenco con el cantaor Miguel Flores Capullo de Jerez es por ende tener la oportunidad de acercarse a un fenómeno del cante jerezano. En él aparecerán ecos de Tío Borrico, Agujetas, Terremoto -sobre todo éste- porque, siendo un gachó sin complejos, ufanándose de hacer su propio cante -en sus inicios gravitó al recordado Paco de Lucía-, no dejó de frecuentar la amistad de gitanos como El Torta, los Moneo y otros menos conocidos de los vende ca del barrio, afines al arte del extravagante Frijones. Así, Capullo, con el toque de un joven Diego Amaya sembrao, además del grupo, dio rienda suelta a su histrionismo y originalidad en el Festival de Córdoba, que condujo el Rincón del Cante con la presentación de José Moreno. Su particular modo de comunicarse, versado sobremanera en los cantes de compás que emprendió, y especialmente dotado para la soleá por bulerías, tandas de fandangos naturales, tangos, bulerías, tangos-rumbas y más bulerías, adoleciendo en general, como es bien sabido, del gusto más canónico para la recreación de esos palos, no le redime. No obstante, negarle el pan y la sal, cuando tiene legión de seguidores que no faltaron en la Corredera, es no hacerle justicia.

Rocío Segura tomó el testigo. Cantaora que, a pesar de ser aún joven, fue laureada en una edición -teniendo menos de 25 años- y en otra, sobrepasada la edad, con la Lámpara Minera de Cante de La Unión, así como en diferentes certámenes en los que ha concurrido. Pues, sobrada de afición, la artista almeriense pone alto el listón sosteniendo con rigor y prestigio la recreación del cante por derecho, eligiendo para mayor lucimiento aquellos que domina, sobre todo como mujer, caso de los tangos de La Repompa, trianeros, extremeños y granaínos, con los que empezó; las malagueñas y abandolaos que siguieron, seguiriyas y cambio del señor Molina con gusto y poder, bulerías de Pastora, Triana y Cádiz, y por fandangos naturales. Acabó su actuación junto al excelente toque del cordobés Patrocinio hijo y el elenco que reunía, y un respetable complacido, aplaudiendo.

A Jesús Méndez, a pesar de su juventud, no lo vamos a descubrir en esta reseña porque, aparte de haberlo disfrutado en otras convocatorias -pasó por este espacio flamenco cordobés hace dos años-, es un asiduo de los foros flamencos de estos pagos y siempre congratulando. Su trayectoria y méritos artísticos le colocan en un lugar cada vez más destacado, y no precisamente por venir de donde viene, aunque sin duda pertenecer a la saga de ese apellido jerezano algún pedigrí le aportará. Lo cual, redundará en su palmarés por la experiencia de cómo saber y poder agradar con más conocimiento, tal lo vimos cuando se empleó por toná y martinete, así como en cantiñas gaditanas, fandangos del Gloria, tangos y bulerías jerezanas para elevar con los suyos el frenesí que ya llenaba la plaza con el personal que la ocupaba.

El baile tuvo su representación con un Jorge del Pino pletórico y en artista; tiene tablas para presumir, denotando su vasta afición por el oficio que profesa, teniendo presente, además, su trabajo cotidiano como docente. Y con estos mimbres se entregó primero por cantiñas y bulerías, gustando con su brava acometida desde la salía, taconeando, en desplazamientos y zapateados, con remates de sumo empaque. Muy flamenco este cordobés, que en la siguiente exposición puso broche con el fin de fiesta, con todos.

Una objeción que hacer es la de llamar a capítulo a quienes cantan abusando del recurso efectista de separarse del micro dejando atrás la megafonía. Esto, tal vez en una peña o sala cerrada puede ser disculpado pero inadmisible en espacios abiertos.

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