Emily, la eterna prometida. El Musical | Crítica

La señora del anillo

Un momento de 'Emily, la eterna prometida. El Musical'.

Un momento de 'Emily, la eterna prometida. El Musical'. / IMAE Gran Teatro

Una vez más, el Gran Teatro completó aforo prepandémico. El pasado domingo y coincidiendo con la festividad de San Rafael, el público cordobés se volcó con la compañía local Drama Cats y agotó las entradas para ver su musical Emily, la eterna prometida.

Emily es una adaptación de un cuento popular ruso-judío realizada por Jonathan Vázquez, también director del espectáculo. La obra, de estética victoriana, nos traslada a una población de Europa del Este donde los Van Dort, nuevos ricos que han prosperado con el negocio del pescado, desean elevar su escala social concertando el matrimonio de su hijo Víctor con Victoria, hija de la noble (y pobre) familia Everglot.

El joven y timorato Víctor, tras abandonar a trompicones la ceremonia de prueba el día previo a la boda, se refugia en un lúgubre cementerio. Allí, mientras ensaya su ritual de enlace y justo al pronunciar sus votos, accidentalmente coloca el anillo en el dedo de Emily, la cual con emoción desbordada atrapa a su reluciente marido y lo lleva al mundo de los muertos.

La ausencia de Víctor, quien lucha por zafarse de su difunta esposa e intenta regresar de nuevo con los vivos, y la siniestra aparición de Lord Barkis, que maquina ocupar el lugar dejado el anterior pretendiente para desposar a Victoria, serán los conflictos principales de esta comedia con tintes de humor ácido.

Drama Cats realiza esta propuesta con escenografía funcional y llamativa. Sobre las tablas, una tropa de artistas representan la obra regada de intervenciones musicales, algunas cantadas en vivo, otras en playback y un buen puñado de coreografías que combinan danza clásica, contemporánea y hasta street dance. Una amalgama de estilos interpretativos que ambientan y crean un espectáculo colorido y bien intencionado.

El hándicap al cual se enfrentan este tipo de producciones es la necesidad de precisión y cuanto más ambicioso es el proyecto mayor es el nivel de exigencia. Eso implica capital de todos los tipos: principalmente económico, aunque también (y fundamental) humano.

Infinidad de preparativos, personal técnico, artístico, equipamiento adecuado, ensayos... son parte de la larga lista necesaria para hacer posible lo imposible y aún así todo se puede ir al garete si los micrófonos fallan, hay exceso de tiempos vacíos en los cambios o los efectos no entran en el momento adecuado.

Trabajar sobre el escenario con estos problemas supone un enorme obstáculo para cualquier artista. Por ello, hay que valorar la buena voluntad de todo el elenco para achicar agua y llevar a buen puerto la función. Un cúmulo de adversidades que el público comprendió, arropando las interpretaciones con la calidez de su aplauso.

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