Desmemoria histórica
Una cierta tendencia del cine español sobre la Guerra Civil, la posguerra o alrededores: repensar y representar la Historia desde las viejas fórmulas del academicismo didáctico y revisar el pasado a través de las lentes del ideario o las doctrinas políticas del presente. Si no hace mucho Los girasoles ciegos de José Luis Cuerda dilapidaba el trazo sutil y elegiaco de los cuentos de Alberto Méndez entre decorados de cartón piedra y lágrimas de cocodrilo, La buena nueva, tercer largo de Helena Taberna (directora de Yoyes y Extranjeras), asume una misma distancia estética y unos similares planteamientos dramáticos para habilitar, a partir de los siempre temibles hechos reales en los que dice inspirarse, el espíritu de la memoria histórica auspiciada por el actual Gobierno.
Viajamos así una vez más a las dos Españas enfrentadas en un tablero dramático poblado de estereotipos subrayados hasta su último detalle, esta vez en un contexto vasco-navarro al que poder añadir ciertos elementos locales: carlistas requetés de verbo exaltado, falangistas de bigotillo y disparo fácil, republicanos anticlericales, sacerdotes valientes o viudas virtuosas se dan cita en una ficción sin matices trazada con piloto automático, muchas prisas y muy poca confianza en el espectador.
Si a la operación de simplificación y forzado encaje sentimental le sumamos el rostro aniñado de sus dos protagonistas, Únax Ugalde y Bárbara Goenaga, incapaces de levantar la más mínima emoción verdadera más allá de la caprichosa encrucijada política, romántica y espiritual a la que les somete la escritura, y una agotadora sobredosis de música sinfónico-coral, concluiremos que, una vez más, cualquier parecido con la realidad histórica es puro cliché. Gran paradoja y flagrante contradicción de un filme que deposita su efectividad en preservar la memoria cuando lo que remueve realmente es la misma amnesia de siempre.
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