Cultura

"En Córdoba dejaron morir el recuerdo de mi padre; su figura fue enterrada"

  • El editor y escritor Antonio Moreno Ladrón de Guevara, que reside desde hace casi tres décadas en México, regresa a su ciudad para promocionar un libro en el que recupera la figura del escultor fusilado en 1936.

En una mesa en Casa Bravo, acompañado por el vino de Montilla, Antonio Moreno Ladrón de Guevara (Córdoba, 1933) relata y recuerda y sonríe y se emociona. Acaba de llegar de México. A su lado está Matilde Cabello, arqueóloga de la memoria sepultada de Córdoba. Por fin, emotivamente, se han conocido en persona. Moreno, editor ya jubilado, regresa a su ciudad para promocionar el libro que ha escrito sobre su padre, Enrique Moreno Rodríguez El Fenómeno, el escultor montalbeño que introdujo en Córdoba el soplo de la vanguardia europea, el intelectual amigo de Lorca y admirado por Ortega y Gasset. Un hombre bueno sin filiación política, padre de cuatro hijos y que fue fusilado el 8 de septiembre de 1936. Por pensar.

-¿Cómo percibe la huella que queda de su padre en la ciudad y la manera en que ésta lo recuerda?

-Mi padre tuvo la buena o mala suerte de atravesar una época en la que pretendió variar la vida cultural y artística de su tierra. Yo me imagino el impacto que le pudo causar ir a París y a Italia, empaparse de los nuevos movimientos artísticos y regresar a una Córdoba en la que todo era gris y rutinario y estaba en manos de los caciques. Lo que me da pena ahora, por ejemplo, es que voy al Círculo de la Amistad y ni siquiera los apellidos han cambiado. La cultura estaba en manos de unos pocos que eran los que decidían. A él le interesaba todo tipo de arte. Escribió poesía, cuentos, novela corta y una obra de teatro que era una adaptación de Juanita la Larga de Juan Valera. También una guía turística. ¿Donde está la mayoría de estas obras? Yo he podido rescatar algo, pero hay mucho material que nadie sabe dónde está. A mi padre se le podía comparar con los hombres del Renacimiento. Era un hombre vital y de buen humor y conocía a todo el mundo. Hoy -ayer para el lector-me he enterado de casualidad de que existe en Córdoba una calle Enrique Moreno, sin que los familiares lo supiéramos. Yo he pretendido con mi libro rescatar la memoria de un hombre que fue uno de los artistas más importantes de Córdoba entre 1923 y 1936. Venía Lorca a Córdoba y paseaban juntos; venía Ortega y Gasset, que era íntimo amigo suyo; él iba a Barcelona a ver a Eugenio d'Ors. Conoció en Madrid a Vázquez Díaz. Estoy intentando buscar en el Archivo Municipal las actas de defunción y detención de mi padre. La segunda ya me han dicho que es imposible: la mayoría de las detenciones de este tipo se debían a venganzas personales. Yo sé las cosas que me contó mi madre, pero como no tengo pruebas me tengo que callar. Hay que tener mucha ruindad para hacer lo que hicieron con mi padre y con mi familia. ¿Cómo podía dormir esa gente? ¿Qué justificación había para hacer lo que hicieron? Hay quien echa la culpa a las circunstancias. Pero las circunstancias las creamos las personas.

-Usted era muy pequeño, pero ¿tiene algún fogonazo de lo que pasó el 8 de septiembre de 1936, cuando fueron a su casa a buscar a su padre?

-Yo tenía tres años cuando lo mataron. He conocido a mi padre a través de la investigación. No recuerdo su cara. He llorado mucho y sigo llorando. En mi casa entraron a saco y se llevaron todo lo que pudieron. Mi madre, durante muchos años, no quiso hablar de muchas de las cosas que habían pasado, porque temía que nosotros, como niños que éramos, hablásemos más de la cuenta, metiéramos la pata y, como estábamos amenazados de muerte, la cosa fuera a peor. Estábamos amenazados por el benemérito señor general Queipo de Llano, que todos los días del año decía que había que matar la semilla para que no surgieran brotes entre lo que él conocía como "los rojos". Mi madre, como es natural, tenía mucho miedo. Uno de mis hermanos se murió de hambre. Una tuberculosis se lo llevó. No había comida, no había nada. Mi padre conocía a todo el mundo en Córdoba, tenía amigos de izquierdas y de derechas. En La Rambla hizo una escultura de la Virgen de la Fuensanta. Jamás se afilió a un partido político. Qué artista, qué hombre de cultura valora los méritos artísticos en función de la ideología. A mí me parece un magnífico novelista Camilo José Cela, que sin embargo fue censor del régimen. ¿Por qué mataron a mi padre? Él era un poco sarcástico y tuvo algún rifirrafe con un cacicón de los grandes. Éste se la guardó y cuando llegó la hora pidió al comandante Zurdo, a través de otra persona, sin dar la cara, que detuvieran y fusilaran a Enrique Moreno El Fenómeno. A buscarlo a mi casa fue un pintor joven, Ricardo Anaya, que firmó los carteles de toros de la ciudad durante muchos años. Lo cogió del brazo y, sin darle mucha importancia al asunto, le dijo: "Vente conmigo, ya sabes cómo son estas cosas, se trata de un trámite...". ¿Por qué se dejó engañar? Porque no tenía miedo. ¿Qué habría de temer si no había hecho nada? Era un hombre culto, vital y generoso. ¿Por qué murió? Porque las guerras no son buenas.

-Y después de aquella tragedia, ¿cómo salió adelante su familia?

-Con humillaciones. Mi madre tenía que sacar a la familia adelante como fuera. El sueldo de maestra no bastaba y daba clases particulares a los hijos de los caciques. Le hacían bordar el yugo y las flechas para los falangistas. Vendió las tierras del pueblo a un precio muy bajo y poco a poco se quedó sin nada. Yo sé lo que es acostarse después de cenar un puñado de aceitunas. Pasamos muchas calamidades. Nos sentíamos humillados, discriminados, represaliados. Vivimos lo que era buscar un trabajo y que no te lo dieran porque te exigían el certificado de buena conducta del cura o párroco correspondiente, que no te lo daba si no te veía continuamente en misa. Yo fui prosperando a base de becas. Me cuesta mucho trabajo perdonar. Olvidar es imposible.

-Su padre estuvo en varias ciudades europeas pero finalmente eligió Córdoba para vivir...

-Él estaba enamorado de Córdoba. Sólo hizo una escultura fuera de la provincia de Córdoba, en Cádiz. Una obra que, por cierto, nadie sabe dónde está. Yo seguiré investigando mientras tenga salud. La obra de teatro que escribió, Oro de ley, fue interpretada en Cabra. Salió en el periódico la reseña del estreno. Pero en Cabra nadie sabe nada de aquello. He preguntado en el Ayuntamiento, en el archivo, en asociaciones... Si la representaron, tuvo que haber un libreto. No he podido conseguir nada. Sí conservo poemas, cuentos y una novela corta de influencia lorquiana. La guía turística recibió un premio internacional de turismo. Ahora me voy a Madrid a seguir investigando. Esto es como investigar un asesinato. Muy difícil.

-¿Cómo era su padre en privado, en el ámbito familiar?

-Era un hombre muy vital, extrovertido. Un gran esposo, según contaba mi madre. Muy trabajador. Escribía sobre arte en varias revistas pero no le gustaba definirse como crítico. El arte era lo que más le gustaba y lo que más vivía. Él escribía sobre Picasso, Dalí... Sabía reconocer dónde estaba el genio artístico incipiente. Era bohemio y amigo de sus amigos. Hay muchos dibujos suyos realizados en el café La Perla. Le gustaba pasear con Juan Bernier, que era más joven que mi padre y lo adoraba, aunque nunca me lo dijo porque el miedo es libre. Tenía una memoria tremenda. Podía recitar de memoria a poetas franceses e italianos. Leía a Baudelaire, Verlaine, Pirandello, Carpentier... Mi padre no hizo la primaria pero se propuso ser un hombre muy culto y no paraba de leer. Siempre estaba leyendo. Estaba suscrito a revistas. Quiso ser un hombre de su tiempo y remover el ambiente. Pero en Córdoba dejaron morir su recuerdo. Durante muchas décadas su figura fue enterrada. Yo me propuse recuperarla y por eso he escrito el libro. Era un compromiso conmigo mismo y con él. Voy a hacer todo lo que esté al alcance de mis fuerzas antes de morir para que su memoria salga a flote.

-Usted abandonó Córdoba y acabó abriéndose camino en México.

-La editorial Martínez Roca me propuso un trabajo como editor en México y me pareció atractivo. Realmente no las tenía todas conmigo, pero entonces sucedió el intento de golpe de Estado de Tejero, que me cogió en un viaje en tren a Madrid, y eso me animó a aceptar la propuesta y firmar el contrato. En México me abrí camino como editor; después de en Martínez Roca estuve en Planeta y luego fundé mi propia editorial. Y en eso he estado hasta que me dio un jamacuco en el corazón y el médico me dijo que me tomara la vida con más calma. Ahora me dedico a escribir.

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