Camino al Zoo | Crítica

Caminos sentidos

Fernando Tejero, Dani Muriel y Mabel del Pozo en una escena de la obra.

Fernando Tejero, Dani Muriel y Mabel del Pozo en una escena de la obra. / IMAE Gran Teatro

Puede que El Gordo de la Lotería no haya caído entre el público que agotó las entradas del Gran Teatro el pasado viernes 22 de diciembre, pero a cambio tuvo el privilegio de asistir al estreno nacional de Camino al Zoo, con nuestros paisanos Juan Carlos Rubio y Fernando Tejero como abanderados.

Camino al Zoo es el resultado de un proceso de creación que Edward Albee le llevó más de cuarenta años. Gracias a Historia del Zoo (1958), el autor norteamericano obtuvo su primer éxito y posteriormente obras como Tres mujeres altas y ¿Quién teme a Virginia Wolf? lo encumbraron a lo más alto de la Literatura Dramática de nuestro tiempo.

En su etapa más tardía escribe Homelife (2004), texto que a modo de precuela o primer acto ayuda a sobredimensionar el personaje de Peter, quien sirve de nexo para fusionarse a Historia del Zoo y completar el círculo.

En Homelife, la acción trascurre en el apartamento de Peter y su esposa Ana, donde el matrimonio habla o más bien “tienen que hablar”. Este imperativo adquiere distintas tonalidades: gran parte de su conversación es insustancial propia de un matrimonio estable, acomodado y convencional. Otras veces adquiere la profundidad que los revela como seres atrapados en lo anodino, incapaces de dejarse llevar por el deseo.

Por esta razón, Peter acude a su habitual banco del parque, para evadirse de la hogareña cotidianidad y las demandas de su esposa. Allí encuentra a Jerry, un individuo extraño y marginal que lo absorbe con infinidad de preguntas e historias.

Si por un lado Ana representa la insatisfacción por el tedio de tenerlo todo y no poder desinhibirse para sentirse extraña, en el otro lado Jerry personifica el lado salvaje como medio de supervivencia, profundamente solo y desesperado por no querer estarlo. Tocado por estos roles extremos cada uno a su modo y unido al desenlacé servirá a que Peter huya despavorido del parque y pueda regresar a la seguridad del hogar, para no volver a ser el mismo y dar el valor que merece cada instante compartido con su familia, o al menos eso nos gustaría creer.

Bernabé Rico y Juan Carlos Rubio firman de manera fiel y exquisita la adaptación del texto de Albee con esa precisión propia de maestros experimentados. Para logarlo cuentan con varios profesionales habituales en sus montajes: estudio Dedos diseñan una escenografía en la que Leticia Gañán y Curt Allen Wilmer atrapan a los personajes en ese espacio dominado por el blanco impoluto que puede ser todo y nada al mismo tiempo.

La música de Mariano Marín y la iluminación de Nicolás Fischtel potencian la historia para sumergir tanto a intérpretes como público. Juan Carlos Rubio, quien también asume la dirección, se entrega con devoción a la potencia del mensaje que trasmite cada palabra de la obra y contagia su ánimo a un reparto en estado de gracia.

Mabel del Pozo elabora el personaje de Ana con sutil delicadeza, encandila y seduce con su juego sobre las tablas. Dani Muriel regala un Jerry soberbio, lleno de energía que desgarra en los momentos más álgidos de la representación y nos atraviesa.

Fernando Tejero tiene la empresa más complicada: articular en Peter las historias con su antagonismo y sostener el peso de la trama. Una labor que ejecuta con destreza curtida por años de experiencia. Gracias a su generosidad cataliza el trabajo de sus compañeros y catapulta la obra.

Camino al Zoo nos invita a reflexionar sobre el sentido, más bien el sinsentido, que tiene nuestra existencia. Hoy que nos adentramos en estas fechas tan señaladas, plagadas de encuentros acumulamos en nuestra agenda social, planificando el listado de regalos, evitando mirar la cantidad de calorías que tendremos que eliminar cuando llegue enero y necesitemos caber en el bañador del verano.

Ahora que hay tanto que celebrar, entrar en el Teatro para ver Camino al Zoo tiene un sentido especial. Y salir a la calle después de ver la obra mirando la vida de otro modo, es mágico.

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