Camino de noluntad

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La nueva novela de Pombo cuenta la desdichada historia de una mujer en el Santander de los años 20 que recurre al espiritismo para trabar contacto con su novio desaparecido

Ignacio F. Garmendia

15 de febrero 2009 - 05:00

Son los felices 20, la edad de la pérgola y el tennis, que en la ciudad de Santander estuvieron absolutamente marcados por los veraneos de la familia real, instalada en el Palacio de la Magdalena. Los bailes, los conciertos, los baños de ola. Ese tiempo de esplendor cortesano en la antigua Castilla del Mar ha sido el elegido por Álvaro Pombo como escenario de su nueva novela, protagonizada por una joven de la alta burguesía que vive obsesionada por el recuerdo de un amor imposible. No es la primera vez que el novelista cántabro vuelve la mirada a su ciudad natal, ni resulta novedosa su capacidad para profundizar en los recovecos de la psicología femenina, pero el personaje de Virginia Montes -de estirpe austiniana, no en vano la autora inglesa aparece mencionada varias veces en la novela- está destinado a perdurar como una de las criaturas más complejas y conmovedoras de su universo narrativo.

Perteneciente a la tercera generación de una familia de harineros enriquecidos por el comercio de Ultramar, Virginia nunca se ha recuperado de la muerte de Casimiro, el hijo de la cocinera, con el que mantuvo una apasionada relación antes de que su novio secreto fuera reclutado para la Guerra de África, de donde ya no volvería. A resultas de esta pérdida, la joven reniega de su clase social y abraza, un tanto ingenuamente, la causa del socialismo utópico, desdeñando los requerimientos de los pretendientes que se disputan su mano. Entre ellos se cuenta Anselmo, un ginecólogo encuadrado entre los discípulos eugenistas del doctor Madrazo, joven honesto y de futuro prometedor que ansía el matrimonio con Virginia pese a las abiertas reticencias de ella, incapaz de olvidar a su amor adolescente. Están también su primo Gabriel, brillante y mundano, referente obligado de la vida social santanderina, y sobre todo la abuela Sahagún, doña Everilda, la matriarca de la familia Montes, que ve con desagrado el ocio infecundo al que se han entregado los más jóvenes de sus descendientes y siente predilección por las extravagancias -la "salvaje soltería femenina optativa"- de su nieta preferida, a la que trata de encauzar sin éxito.

Todos ellos son personajes excelentemente caracterizados, pues el relato de Pombo se centra más en analizar sus impulsos y motivaciones que en describir, como acaso habría hecho un narrador más superficial, el contexto histórico de la época. El camino que conduce de la tristeza al desistimiento, el modo gradual en que es revelada la historia de Casimiro, los episodios galantes de la relación con Anselmo, la conciencia progresivamente ensimismada de Virginia, todo el proceso está contado con una delicadeza extraordinaria. Luego, más o menos a mitad de la novela, irrumpen los Bárcena, Cayo y Leonora, un estrafalario matrimonio que conquista la voluntad de la protagonista y, aprovechándose de su generoso mecenazgo, la conduce a un total aislamiento. Esta segunda parte es más oscura pero no menos verosímil, pues el espiritismo, la creencia en la comunicación con los difuntos, estaba por entonces de moda entre las clases altas, y el desprecio de los regeneracionistas como Anselmo por las prácticas esotéricas no impidió que éstas gozaran de un amplio predicamento entre las gentes acomodadas. El estanque de la finca de Campogiro, donde se han instalado Virginia y los Bárcena -"una iglesia de dos miembros"- tras la muerte de doña Everilda, es la pura imagen de la vida detenida, el último refugio para una expectación desesperada.

"En ningún lugar habrá mundo más que dentro". Tal es el lema, tomado de Rilke y recogido en el título, adoptado por Cayo Bárcena para la celebración de la séance que marca el momento cumbre de la novela y precipita su desenlace. Pero al margen de éste, el destino de Virginia ya ha sido decidido, desde el momento mismo en que se decide a desvelar un secreto largamente custodiado en la intimidad. La renuncia a seguir los pasos que todos esperaban de ella, la "pesadumbre de la vida consciente" de que hablara Rubén, la soledad libremente elegida, la completa imposibilidad de ser feliz, son las consecuencias de la insensata fidelidad de Virginia a su amor irrealizado. Sobre una historia tristísima de tintes melodramáticos, Pombo ha escrito una novela romántica que no excluye los momentos cómicos y revela, como ocurre en los grandes relatos, zonas oscuras de la condición humana.

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