Caballero con cerveza y sin espada

Una de las escenas del filme, con Kevin Costner.
Carlos Colón

25 de noviembre 2008 - 05:00

Con buenos sentimientos no se hacen buenas películas, se dice. Y es verdad. Pero también lo es que con malos sentimientos no se hacen buenas películas. ¿Que se trata de una verdad de Perogrullo? No lo crea. Desde los años 50 -tal vez desde que Brando lucía palmito con la camiseta desgarrada dando berridos bajo las ventanas de Stella en la tan maltratada por el tiempo Un tranvía llamado deseo- lo negativo, malvado o perverso ha ido ganando prestigio en el cine al confundirse con la verdad sobre la naturaleza y la sociedad. El ser humano es una freudiana alfombra bajo la que se esconden las basuras inconfesables; y las buenas relaciones -honestas, leales, cariñosas- entre ellos son sólo la hipócrita máscara que esconde odios, envidias, maquinaciones y represiones ("el infierno son los otros", que decía el batracio Sartre creyendo que todo el mundo era como él o la Simone). En cuanto a la sociedad, el juicio de los profetas sobre Babilonia, Sodoma y Gomorra se queda corto: una selva en la que sólo triunfan los corruptos y los violentos. La realidad, pese a que no sea cosa fácil definir esta palabra, afortunadamente poco tiene que ver con esto. Si entendemos por realidad, por atenernos al diccionario, lo que ocurre verdaderamente, y añadimos por nuestra cuenta para que tenga representatividad que es lo que ocurre verdaderamente a la mayoría de los seres humanos, tendrán que convenir conmigo que lo que habitualmente se representa en las obras tenidas por intensamente realistas es, cuando menos, discutible, extravagante o -gracias a Dios- minoritario.

Viene todo a cuento de que esta película es una fábula agradable sobre un tipo común más bien marginal, al que una coincidencia coloca en el centro del huracán electoral. Como en las películas de Capra o de Sturges -los dos reyes de la comedia en la Columbia de los años 30 y principios de los 40, en coincidencia con las inquietudes sociales y el optimismo de la era Roosevelt-, un más bien abandonado buenazo bebedor de cerveza y asiduo a la barra de su bar de confianza, cuya alegría es su hija pequeña, será quien decida con su voto el resultado de unas reñidas elecciones presidenciales. Muy bien interpretada por Kevin Costner, Madeleine Carroll y el siempre grande Dennis Hopper, esta primera realización comercial de Joshua Michael Stern (que dará que hablar: tras esta agradable fábula ultima un Rey Lear con Anthony Hopkins) no alcanza, ni de lejos, a sus modelos Capra o Sturges; pero se deja ver, divierte con su sátira sobre el circo político, convence en su bienintencionado retrato de la gente común y a ratos emociona por los convincentes caracteres que Costner y Carroll interpretan. No es poco, para haberse estrenado la misma semana que Saw 5.

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