Baile torero en Santa Marina

La producción 'Manolete: arte y pasión', dirigida por Juan Carlos Villanueva, rinde homenaje al torero cordobés en la plaza del Conde de Priego con sobriedad y elegancia

Una imagen del espectáculo en la emblemática plaza.
Ángela Alba / Córdoba

21 de junio 2010 - 05:00

Pasión en el ruedo, pasión en el amor y hasta en la muerte. Así vivió el matador cordobés Manuel Rodríguez Sánchez Manolete, nombrado cuarto Califa del toreo y uno de los grandes maestros de todos los tiempos. Su estilo, su presencia frente al toro y su estética revolucionaron el arte de la lidia en los años 40. Y precisamente la sobriedad y elegancia que lo caracterizaron fueron los puntos centrales de la producción Manolete: arte y pasión, que en La Noche Blanca del Flamenco rindió homenaje a este gran personaje cordobés a través de la voz de la cantaora Rosa de la María -que interpretó textos de Antonio Varo Baena-, el guitarrista Luis Ruiz García Calderito y, sobre todo, el bailaor José Jurado, que asumió a la perfección el rol principal que debía cumplir en este espectáculo. Las palmas y jaleos los dieron Antonio Jesús Ventura e Isabel Rodríguez, que también adoptó el papel de Lupe Sino (la amante del torero) bailando en este montaje.

Con finura, fuerza y desgarro, el bailaor se metió en la piel de Manolete. Incluso su esbelta figura recordaba a la del matador, ayudado por un traje de corto y un chaleco con filigranas. En la primera parte de esta historia flamenca los movimientos de José Jurado materializaron el arte que destilaba Manolete, su ser, su persona. También -por supuesto- la pasión que mostraba en el toreo, que ocupó otra parte del espectáculo, para después dejar paso a otro tipo de pasión: la amorosa.

Fue entonces cuando apareció ella, Lupe Sino (o Isabel Rodríguez), para revivir en la plaza del Conde de Priego, en pleno centro del barrio más torero de Córdoba y delante del conjunto escultórico dedicado a Manolete, una historia de entrega y unión pero también llena de rechazos por parte del entorno del diestro. Así, los bailaores hicieron palpable la entrega y devoción de los amantes, una historia que un día de agosto de 1947 truncó un miura llamado Islero.

La última parte del espectáculo estuvo dedicada precisamente a la muerte del torero. Con un bastón a modo de estoque, José Jurado entró a matar para rematar la faena en el escenario y revivió mediante su expresión la cornada del animal. Así finalizó el homenaje que el director de escena de la obra, Juan Carlos Villanueva, quiso hacer al torero de mirada triste y movimientos certeros que pasó a la historia de la tauromaquia para convertirse en leyenda.

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