Crítica de Flamenco

Baile canónico entreverado con el globalizado

pastora galván. 'Moratana'. Baile: Pastora Galván. Invitado al toque: Pedro Sierra. Cante: Juan J. Amador y Angelita Montoya. Toque: Pedro Sánchez. Violín: Faiçal Kourrich. Laúd y voz: Amine Oud. Percusión: José Carrasco. Palmas: Petete. Fecha: domingo 19 de junio. Lugar: Compás de San Francisco. Lleno.

Tras el espectáculo que abrió la Noche Blanca, en esta ocasión dedicada a las ocho provincias andaluzas, lo inmediato después fue ir al encuentro de Pastora Galván -premio Matilde Coral del XVI Concurso Nacional de Córdoba-, que nos prometía en San Francisco Moratana, donde con su baile alegoriza el sufrimiento e incomprensión de la persecución otrora padecida por moriscos y gitanos. Tengo que confesar que con esta bailaora sevillana, como otras veces, no las tenía todas conmigo, pues, perteneciendo a la saga Galván de los Reyes -padre y madre artistas docentes del baile flamenco-, el contundente precedente con que se ha impuesto -legión de seguidores y detractores aparte- su hermano Israel, con una fuerte influencia en ella, siempre aparecerá.

Es lo que apreciamos de nuevo, por supuesto sin prejuicios por nuestra parte, en Pastora Galván la madrugada del domingo en el fantástico claustro que servía de fondo de escena. Y junto al más o menos original grupo que la escoltaba, no dejaron indiferente a nadie. Eso sí, quedó constancia significativa de cómo ella cuando baila apuesta por dejar patente que quiere ser imagen representativa de la escuela de baile sevillana pero con su singular imagen, y siempre teniendo en su cabeza, y no lo soslaya, estéticas y figuras más vanguardistas y rompedoras. Y ya sea en las danzas por bulerías y acento de músicas moriscas y orientales con las que inició, toda revestida de vaporosa terna de línea femenina turca, y en las austeras sevillanas de Lebrija incluyendo crótalos y pandero bereber; en unos interludios de danzas norteafricanas luciendo mantón y bata de cola, recorriendo el escenario y perfilando su imagen en dinámica colocación de pies, brazos y manos; como por peteneras, y después en el vito, engalanada con bonito vestido con bordados dorados en hombros y hasta el busto, acompañándose de castañuelas en un baile de la escuela bolera que remató con unas series de taconeos.

Y así se retiró para volver con taranto, y nuevo atavío, donde reflejó ya en el remate por bulerías y vibrantes desplazamiento y otros pasos, metiendo punta y tacón, siempre en su línea pero más ortodoxa; quedó claro que esta Galván ya ha demostrado que la canónica lección doméstica la aprendió, como su hermano, desde la infancia. No obstante, cuando ya de mayor y como profesional ha querido epatar con sus conocimientos y tendencias, no vemos que pueda ni quiera dejar pasar por alto lo mucho de interesante y novedoso que observa en el mayor de la escuela familiar, y por supuesto así lo entremezcla. Dejando demostrado que no atiende a más razones que lo que ella ha presupuestado. Lo que hará ser precavidos a quienes tienen a bien acudir con cierto morbo a sus sesiones, siendo conservadores irremisibles en cuanto al baile más neoclasicista.

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