"Arizona' es una denuncia contra la intolerancia de cada uno"
El montillano estrena esta noche en Lucena una obra sobre la inmigración
El Palacio Erisana acoge esta noche el estreno nacional de Arizona, la última obra del montillano Juan Carlos Rubio -mención de honor del Premio Lope de Vega-, que aborda el tristemente diario drama de la inmigración. Para ello el autor se traslada al estado norteamericano de Arizona, frontera suroeste entre México y EEUU, y recrea una historia que surgió de la lectura de una noticia de prensa: la creación de grupos de ciudadanos civiles que patrullaban la frontera. "Me pareció terrible que la sociedad actuase de esa manera", sostiene. Además de en España, Arizona también se estrenará en Miami el próximo 29 de mayo.
-De nuevo repite en la dramaturgia y la dirección.
-Me considero un autor al que le gusta dirigir ocasionalmente sus textos porque me interesa la posibilidad de trabajar con actores. Por eso no creo que dé el salto a dirigir textos de otro, por el momento no me interesa.
-¿Cómo surgió la idea de hacer esta obra?
-Yo quería hablar de la intolerancia, de la violencia y del miedo a lo desconocido por imperativo social. Cómo a veces echamos todas las culpas a lo ajeno sin plantearnos realmente por qué la gente deja su país y su familia y cruza una frontera y por qué realmente lo hace. La función está dedicada a las malditas, malditas, malditas fronteras, y es una denuncia contra nosotros mismos, contra la intolerancia de cada uno.
-¿Por qué la sitúa en Arizona?
-A mí el desierto de Arizona me gustaba como entorno, pero evidentemente quería tocar temas más universales: la violencia, la xenofobia o el miedo al otro que existe hoy día en cualquier país. Aquí tenemos nuestros cayucos y nuestros muertos del Estrecho y cada día lo vemos en la televisión, y muchas veces con una normalidad que raya lo peligroso.
-En la obra sólo hay dos protagonistas que ofrecen visiones muy diferentes de un mismo hecho.
-Son un matrimonio, George (Alberto Delgado) y Margaret (Aurora Sánchez), que van a este desierto, montan un campamento y se dedican a ver y reflexionar. Lo que ocurre es que ella no sabe a lo que ha venido. Entonces hay un diálogo entre los dos en el que Margaret va siendo consciente de la verdadera misión que están cumpliendo. Y cuando esto ocurre, empieza a dejar de gustarle la situación y a plantearse preguntas. Mi intención era crear una reflexión sobre qué postura podemos tomar ante esta situación: tomar partido de la creencia de que los inmigrantes vienen a robarnos y desear que vuelvan a su país, o plantearnos por qué esa gente quiere salir de allí y tener un conocimiento más profundo de las cosas, no juzgar a la ligera y culpando a los demás. El personaje de George está educado en unos principios inamovibles e incuestionables: las cosas son así y tenemos que defendernos del que viene de fuera. En cambio, Margaret empieza a plantearse si realmente eso es razonable.
-¿Calificaría su obra de triste y derrotista?
-Hay una evolución, ya que empieza en comedia musical y acaba inevitablemente en tragedia.
-¿Es imposible aislarse de la tragedia en este tipo de historias?
-Es difícil porque son temas muy terroríficos y oscuros, porque además del drama personal hay muchos intereses y negocios detrás. Por eso me sorprende tanto que los ciudadanos que vivimos en los países del primer mundo podamos lanzar rápidamente juicios de valor sin conocimiento de lo que está pasando, y eso sólo se puede plantear desde el absurdo, la tragedia y un humor irónico... Es una función complicada a ese nivel.
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