Adrián Gómez recibe el calor del toreo

Importantes figuras del toreo participan en el festival benéfico dedicado al banderillero de El Fundi que quedó tetrapléjico cuando actuaba en una novillada en la localidad de Torrejón de Ardoz en verano

J. M. Núñez / Efe / Madrid

02 de marzo 2009 - 05:00

Se volcaron toreros, ganaderos y público con el banderillero que ya no mueve las manos ni las piernas, que le paralizó un novillo en la plaza de Torrejón de Ardoz (Madrid). Y hasta Digital Plus, la televisión "de la Fiesta", que ofreció el festejo en directo, cedió íntegramente la recaudación por este concepto. Se hizo bueno por tanto el lema "todos somos Adrián", ideado para recaudar fondos que ayuden a su recuperación. El toreo como expresión de amor, porque la colaboración de todos ha sido total.

Adrián dio las gracias antes de empezar, lanzando besos con la mano de su mujer. Una muestra más de entereza y agradecimiento. Luego el festejo resultó también triunfal.

El rejoneador Ventura expuso una barbaridad, sin reservarse en ninguna suerte. Llevó siempre al novillo muy encelado, destacando sobremanera en los galopes a dos pistas y en los cambios por los adentros. Joselito, sublime con el capote, desgranó un manojo de verónicas muy templadas y de manos bajas, con remate de tijerilla. Bellísimas. Como el galleo por chicuelinas, y un quite por delantales. Se vino abajo el astado, sin embargo, hubo oportunidad también en la muleta para muchos pasajes de extraordinaria torería. Algunas voces en el tendido (¡vuelve!, ¡tienes que volver!...) resumen su colosal forma de entender y hacer el toreo. Fundi, sobrado de todo, dicto una lección de buen oficio y exquisita torería. Muy templado y ajustado con el capote, se gustó también mucho con la muleta, recreándose en la interpretación, con deliciosa lentitud y hondura. Ponce estuvo en maestro, por la técnica, el buen gusto y los arrestos que puso frente al peor novillo de la función, curiosamente de su propia ganadería, un ejemplar desclasado por manso y blando. Su extraordinaria suficiencia y, sobre todo lo sandunguero de su estilo, fue total. Morante, sencillamente genial. Vinieron a verle los mengues del toreo con todo su duende y misterio a cuestas, como magnífica expresión de su personalidad. Incluso llegó a poner banderillas. Su inspirada muleta firmó pasajes de escalofrío.

El Juli fue una mezcla de inteligencia, valor y variedad, prodigándose mucho y bien con el capote, y haciendo un toreo con la muleta solemne y suave. El novillero Escribano, a la altura de las circunstancias, estuvo elegante en las formas y con un buen concepto del toreo. Destacó con el capote y en el toreo por la derecha.

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