Grandrieux se pierde en su oscuridad

Hubo un tiempo en que las imágenes y sonidos de Grandrieux (Sombre) nos ganaban para su causa hipnótica y sensorial, lejos de la narración encabalgada, atenta a la dinámica de los cuerpos y las zonas de sombra del deseo y la psique humanos. Y hasta Un Lac seguimos comprándole la moto.

Su regreso a la ficción se nos antoja ya saturado, demasiado autocomplaciente de un tono, unas atmósferas y unos senderos tortuosos y laberínticos que, en los límites de la abstracción plástica y en los contornos de la ciudad post-industrial, somete a sus vagos arquetipos masculinos y femeninos en busca de experiencias-límite a un exceso morboso que nuestras retinas y oídos, cada vez más necesitados de una profunda limpieza, rechazan por agotamiento.

El espacio fantasmal y sus zombis devoradores no nos seducen ya como compañeros de viaje hacia la noche; las pesadillas de linterna, bosque y sadomaso devienen una suerte de grave y solemne refrito lynchiano, y los pasajes puramente experimentales (ahí donde todo es materia, ritmo y textura) no compensan las dos horas y media de viaje a un reino de las sombras que no es el nuestro.