Mayo Festivo

El origen de la Feria de Córdoba y la devoción a la Virgen de Nuestra Señora de la Salud

Imagen de la Virgen de Nuestra Señora de la Salud. Imagen de la Virgen de Nuestra Señora de la Salud.

Imagen de la Virgen de Nuestra Señora de la Salud. / El Día

Escrito por

E. D. C.

Córdoba vive ya la Feria de Nuestra Señora de la Salud, pero ¿de dónde viene esta advocación mariana y por qué se celebra? Pues, según ha explicado la Diócesis de Córdoba, la feria resulta como epílogo de las fiestas que se suceden al llegar el tiempo de Pascua.

Este año se cumplen 359 años de la milagrosa aparición de la virgencita en mayo de 1665, una advocación conocida al principio como Nuestra Señora de la Fuente y de la Salud. Desde entonces, esta pequeña imagen ha despertado la devoción del pueblo cordobés, ha sido puerto de plegarias y destino de la gratitud y amor a la Virgen.

La actual capilla, restaurada en los primeros años de este siglo, el cementerio que se anexionó a esta capilla en el siglo XIX y la feria de ganado que se ubicó en las eras de la Salud y que derivó en lo que hoy conocemos como Feria de Córdoba son los tres hitos visibles que dan cuerpo a esta tradición festiva en torno a María Santísima.

Fuente de Salud

Cada año, desde el siglo XVII, por Pascua de Pentecostés se celebra la eucaristía en honor de esta Virgen para recordar el día de su aparición. Este encargo figura en el testamento de Simón de Toro, vecino del Alcázar Viejo, hombre “honrado y piadoso” que junto a su compadre Bartolomé de la Peña, arando un pedazo de tierra cercano a la Puerta Sevilla, “sintieron que se hundía y abría la tierra descubriendo en un nicho una imagen pequeña de la Reina del Cielo con su hijo Santísimo en brazos”, según explicó la que ha sido Directora de los Museos Municipales, Mercedes Valverde Candil, en la conferencia pronunciada en la Capilla del instituto Góngora de Córdoba en mayo de 2009.

Aquel día narró Valverde “la rara hermosura y gracia que no llegaba a un palmo sostenida por pequeñas efigies de agraciados ángeles” al referirse a la sagrada imagen de Nuestra Señora de la Salud.

Testigos de una devoción  

El testamento de Simón de Toro revela el origen de esta devoción gracias a la investigación realizada por el cronista de la ciudad José Valverde Madrid, padre de la conferenciante, que localizó la memoria de aquel cordobés devoto  en el archivo de protocolos notariales.

A través de estos escritos, se explica la creación de la ermita en honor a la Virgen al tiempo que la devoción se propagaba por la ciudad y eran muchos los cordobeses que allí se dirigían para encomendarse en la  enfermedad propia o de algún familiar.

Pronto se extendió la fama curativa de aquel pozo en cuyo brocal había aparecido la imagen y creció la fe hasta concederle a la pequeña pieza encontrada el título de Nuestra Señora de la Salud por aclamación popular, un pueblo que acudía al pozo con vasos, cántaras y jarras para recoger el agua milagrosa.

Simón, animado por las múltiples visitas comenzó a construir la capilla que con la limosna de muchos acabaría erigiéndose. Dentro de la capilla quedó incluida el pozo santo donde se halló la bendita imagen y sobre él se erigió el altar.

Ocho años después de la aparición, mientras crecía la devoción a Nuestra Señora de la Salud, el obispo de Córdoba en aquel momento, Francisco Alarcón, el que alentaba la celebración de lucida procesión en la en el segundo día de la Pascua de Pentecostés con la participación de los dos Cabildos, la Comunidad Franciscana y el Venerable Orden Tercero.

Al morir Simón de Toro, quedó en manos de su amigo Bartolomé de la Peña el servicio y mantenimiento de la ermita y continuó las obras de la hospedería, casa y atrio. Continuó sirviendo a la Virgen hasta su muerte, cuando delegó en su nieto los cuidados. Al tiempo, crecía la fervorosa devoción de los monjes del Real Convento de San Francisco a Nuestra Señora de la Salud que como costumbre, durante siglos la visitaron y pidieron ser enterrados junto a la primitiva ermita.

Ermita de Nuestra Señora de la Salud

En el siglo XIX, la ermita y las huertas que la rodeaban sufrieron grandes transformaciones. La pequeña capilla construida por Simón Toro ya resultaba insuficiente para los numerosos feligreses que acudía a rezar a la Virgen, sobre todo durante las funciones religiosas, romerías y ferias.

El deterioro de la capilla original y la afluencia de público aconsejó al construcción de una nueva en la parte de delantera de la anterior, nueva orientación y mayor capacidad. Con la invasión de tropas napoleónicas se impuso la costumbre francesa de enterrar fuera de las iglesias a los difuntos. Fue habilitado entonces para cementerio el haza contigua a la nueva Capilla de Nuestra Señora de la Salud, que ya servía años antes para enterrar a los franciscanos por devoción a la Virgen.

Mientras se construía la capilla, la sagrada imagen se depositó en la Capilla del Venerable Orden Tercero del Real Convento de San Pedro del Orden del Seráfico Padre San Francisco. Su llegada llenó de júbilo a la comunidad, abrazando aquella devoción durante siglos.

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