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Lo que toca y lo que conviene

Lo que toca ahora es ponerse la careta de chico bueno y asegurar, sin perder la compostura, que todo va a ir a mejor. ¿Cómo? Eso es otra cuestión. En estas fechas se estila es el tópico almibarado, la expresión de un deseo ideal cuyo cumplimiento es altamente improbable y que, por una convención humana, se pregona durante estos días sin que el pudor aflore más de la cuenta. Es bueno que todos nos engañemos un poco, que creamos que un simple cambio de calendario puede tener efectos mágicos y transformar de modo radical una realidad turbia. Lo de año nuevo, vida nueva es una máxima cuya validez es similar a la de entrenador nuevo, victoria segura. Bien lo saben por estos pagos, donde el futuro nunca va más allá de mañana. Que se lo digan a Luna Eslava, un hombre que se deja el alma para arreglar un juguete que ha pasado ya por muchas manos.

El Córdoba espera un porvenir mejor que el cochambroso año que acaba de finalizar, en el que los blanquiverdes dilapidaron una buena parte del crédito que la afición les había entregado después de su milagrosa salvación, el no va más de los desenlaces rocambolescos y -al menos eso se pensaba entonces- una advertencia definitiva sobre la necesidad de dar un golpe de timón y cambiar modos y maneras en el CCF.

El almanaque ha dado la vuelta y la entidad blanquiverde anda más o menos por el mismo camino, sorteando obstáculos en una competición que le exige más de lo que ha dado, peleando contra sus propios fantasmas internos y señalando a enemigos del cordobesismo en ese amenazante entorno que siempre está ahí, agazapado con la garrota para golpear cada vez que algo no sale bien. O sea, día sí y día también. Un panorama que se podría considerar normal en cualquier otro sitio, pero como el CCF, y fundamentalmente algunos de sus más relevantes miembros, es hipersensibles a las críticas y las opiniones diferentes, pues ya tenemos montado el belén. Sería formidable que llegara un día en el que el club, sus rectores, encontraran el consenso que les permitiera tener la seguridad plena en sus propios actos y en sus consecuencias. Pero, claro, lo que les gusta a unos les parece fatal a otros, casi nadie se fía de casi nadie, las pistolas están permanentemente cargadas y el Córdoba se mueve por impulsos, con la hoja de ruta llena de tachones y sin destino fijo.

Rafael Campanero y Emilio Vega, pareja de hecho en la gestión de este Córdoba atribulado y siempre a medio hacer, están en el ojo del huracán. El presidente que guió al club en sus dos salidas del infierno -de Tercera en 1985 y de Segunda B en 2007, evitando en ambos casos la desaparición- está comprobando, a sus 82 años, en qué se ha convertido el negocio del fútbol. Si los chicos de blanquiverde no marcan -llevan un tanto en las cuatro últimas citas, todas ellas saldadas con derrota- van a abroncar al palco. Emilio, el director deportivo que busca mirlos blancos, ya pudo oír la banda sonora de la frustración en El Arcángel, donde en la última cita liguera se corearon consignas conminándole a marcharse del CCF. Seguro que el leonés se hace las mismas preguntas que la mayor parte del cordobesismo: ¿Se han fichado malos jugadores? ¿Por qué no funcionan aquí? ¿El defecto está en el producto o en el uso que se hace de él?

Pero estamos en la recta final de las fiestas navideñas, en el estreno del año, y lo que toca ahora es exponer un deseo de felicidad así, sin más, sin manual de funcionamiento, sin que se sepa realmente qué es lo que se persigue. Resulta conmovedor y seguramente terapéutico, siempre y cuando se trate de un estado ilusorio efímero o, mejor, un punto de partida. Ser feliz es no sufrir. Eso es lo que quiere el Córdoba y lo que le desean sus amigos. ¿Es posible?

hay partido

Hoy hay partido. Llega la Real Sociedad, un histórico en medio de un tornado, aún bajo los efectos traumáticos de un descenso de Primera después de tantos años en la elite como lleva el Córdoba sin pisarla, agobiado por las urgencias y con un presidente recién estrenado, Aperribay, que pretende despegarse del estilo del huracán Badiola y ha apuntado ya que el riesgo de disolución del club se agiganta porque "hay gastos de Primera con ingresos de Segunda". Vaya tostada en Donosti. ¿Hay alguien al que le vayan las cosas bien? El Córdoba lleva mucho tiempo haciéndose el propósito de no tener que jugar finales desde antes de cerrar el año, pero nunca termina de hacer realidad esa añeja aspiración. Aún queda mucho calendario por delante, sí, pero a nadie se escapa que las consecuencias de un revés esta tarde en El Arcángel pueden ser funestas. No resulta demasiado atractivo quedarse sólo con el respaldo de las matemáticas, con el argumento de que hay puntos suficientes en juego para salvar el cuello. Que, recordémoslo, es el único objetivo del Córdoba, al que le bastaron esta vez menos jornadas que nunca para quitarse los pájaros de la cabeza y entender que su reto es huir del descenso como mejor pueda. Si lo consigue, la gente lo festejará como si fuera la Copa de Europa. Si, además, logra terminar situado en el puesto 10 o el 11, habría firmado su mejor clasificación ¡en los últimos 35 años! Qué bajo está el nivel y cuánto trabajo cuesta superarlo. A ver si toca en el 2009. Aunque sea por casualidad.

si él lo dice...

Alessandro Pierini, uno de los tipos más cabales que han desfilado por el Córdoba en los últimos tiempos, ha dejado dicho que uno de los males del cordobés es que no sabe apreciar lo que tiene hasta que lo pierde. Eso lo sabe aquí todo el mundo, pero casi nadie se aplica el cuento. Ha tenido que llegar un señor de la Toscana, de la Italia profunda, para advertir del peligro que puede suponer para el club más emblemático de la ciudad, su seña de identidad más reconocible, la tendencia hacia la autodestrucción. "Que la gente recuerde dónde estábamos hace tres años", dice el italiano, capitán del Córdoba y el extranjero que más partidos ha defendido la blanquiverde en más de medio siglo de historia. Hace poco que ha superado el récord del Fantasma Onega, aquel argentino que colgaba un calcetín del larguero de la portería de El Arcángel y se apostaba unos duros con quien quisiera desafiarle a derribar la prenda con el balón lanzado desde cualquier posición. El Córdoba de Onega estaba en Segunda en los años 70 y luchaba por no bajar. No lo hizo. Cuando el añorado mediocampista suramericano se fue, los blanquiverdes sólo tardaron unos meses en irse a pique y bajaron a Segunda B. ¿Qué quiere decir eso? Nada matemático, obviamente, pero sí encierra un mensaje. Los objetivos requieren tiempo. Onega dejó una huella para la posteridad. Fue el símbolo de un Córdoba pobre pero orgulloso. El Tano, que va por su quinta temporada en el club, no se ha perdido ni un solo minuto de competición. Es, con los números en la mano, el veterano más rentable de todo el fútbol profesional en nuestro país. Va por los 36 y nadie lo mueve de una escuadra con la que ha vivido un descenso, un ascenso y un milagro. Y lo que le queda aún.

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